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La pelirroja más afortunada

En la caricatura de John Spooner, con un hacha y una escoba representando lo Implacable de su juego político.
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Julia Gillard, la primera mujer en gobernar Australia sin haber nacido allí. Derribó varias barreras en el conservador país de los canguros.

Por Luis R. Carranza Torres

Dicen que hay existencias que son besadas por la buena fortuna. Si eso es cierto, la vida de Julia Eileen Gillard entraría de lleno en esa categoría. Claro que ella ayudó a su suerte.
Fue la primera mujer en gobernar Australia sin haber nacido allí. Antes de eso, la primera mujer y uno de los socios más jóvenes del principal estudio de abogados del país, Slater & Gordon. Su área de práctica fue el derecho laboral.

Galesa por origen, su familia emigró a la gran isla de Oceanía en 1966, buscando un clima más cálido. Ocho años después se convirtió en ciudadana australiana, manteniendo su anterior, británica. Pero renunció a ella cuando fue electa miembro de la Cámara de Representantes federal por el distrito de Lalor.

Devota desde siempre del cabello corto, ya en su vida universitaria demostró tener el mismo fuego de su cabeza en el espíritu. Y las neuronas más que suficientes para sumar, a su título universitario en leyes, otro en letras.

A los 21 fue electa presidenta de la Australian Union of Students, el sindicato nacional de estudiantes. Algo parecido a la Federación Universitaria Argentina, pero con 170.000 miembros activos. Fue la segunda mujer en lograrlo.

Como le dijo entonces a la periodista Margaret Simons: “Supongo que puedes describirme como una persona ambiciosa. Ni el dinero ni el prestigio me interesan pero cuando me involucro en algo siembre tengo la motivación de llegar a lo más alto”.

Eso hizo, precisamente, en la política. Diputada desde 1998, en 2007 se convirtió en la viceprimera ministra del gobierno laborista de Kevin Rudd. A medida que éste caía en los sondeos, Gillard se ganaba los favores de la opinión pública. Pese a negar que tuviera la intención de quitarle el sitio a nadie, fue ella quien pidió el miércoles 23 de junio de 2010 el voto en contra de Rudd. Tras derrotarlo, se convirtió en la nueva líder del partido laborista y primera ministra de Australia. En su primera rueda de prensa señaló que su decisión de arrebatarle dichos cargos obedeció a que Rudd “estaba perdiendo el rumbo”.

Ello llevó a un par de sus colegas a decir por lo bajo que la gobernante “es muy linda físicamente, intelectualmente muy dotada y extremadamente turra a la hora de llevar a cabo su juego político”.

En su vida personal, Julia ha tenido varios “compañeros”, relaciones afectivas ligadas a los círculos de la política, pero que nunca dejó llegar a mayores tales como el matrimonio. El último de ellos ha sido Tim Mathieson, un empresario de productos para el cabello que se convirtió en “Embajador de la salud de los hombres” en 2008, nombrado por la ministra de salud de entonces, Nicola Roxon. Y sí, la política australiana es más rara incluso que la nuestra.

Sus ideas políticas son ambivalentes. Partidaria del aborto, rechaza el matrimonio entre personas de un mismo sexo. Raras cuestiones de la política. Tradicionalmente sus posturas fueron a la izquierda del arco político australiano. Pero ha mantenido, en cuestiones de familia, posturas tradicionales. Por pura o ninguna casualidad, fueron precisamente los grupos “profamilia” los que más reparos opusieron a su designación. La entendían una adversaria del “concepto tradicional de unidad familiar”. Para peor, era la primera vez que alguien gobernaba el Commonwealth of Australia -nombre oficial del país- sin estar casado ni tener hijos.

Julia adoptó un estilo de gobierno más abierto y dialoguista que Rudd. Pero no le alcanzó ni su buena gestión económica ni las reformas sociales que encaró. Cometió el error de poner un impuesto al carbón que los australianos nunca le perdonaron.

Faltando tres meses para las elecciones legislativas de 2013, en junio de ese año fue derrotada en una votación partidaria como jefa del partido laborista. La había propuesto nada menos que Kevin Rudd, quien pasó a convertirse en jefe del partido y nuevo primer ministro. Julia había jugado como última carta, para no perder la votación, que en caso de no ser respaldada abandonaría la política. Y tuvo que cumplir con lo dicho. Si para Rudd volver desbancando a Gillard en la misma forma que ella había hecho con él, sabía a revancha, no tuvo mucho tiempo para disfrutarla. El partido de ambos, a consecuencia de esta “guerra de los Roses” política, perdió las elecciones y el gobierno en septiembre de ese mismo año, a manos de la Coalición Liberal Nacional.

Alguien de peso en el partido, un tanto sarcásticamente, propuso que Kevin Rudd se divorciara de su segunda esposa Thérèse Rein y se casara con Julia, como forma de poner fin a los diferendos entre ambos. Más ácido aún, llamó a su solución: Got two birds with one shot (matamos dos pájaros de un tiro), en obvia referencia a la persistente soltería de Julia.

Al abandonar el cargo, ella dijo: “Tendré tiempo en las próximas semanas de volver a casa, a mi jurisdicción y decir hola y adiós a la comunidad a la que he tenido el enorme privilegio de representar en este Parlamento desde 1998”. Una frase hecha que casi nadie creyó. Y los que la cononce a la ingeniosa política pelirroja juran y perjuran que está muy lejos de haber dicho la última palabra en las arenas movedizas de la vida pública australiana.

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