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La importancia electoral de la CABA

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Siempre Buenos Aires (I)

 Por José Emilio Ortega (*)

Electorado cualitativamente determinante
No es novedoso ni original asignar un poder cualitativo fenomenal al electorado de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA). Instaló en la Casa Rosada a dos de los tres jefes de Gobierno que votó desde que se le permite elegirlos (considerando la combinación entre la habilitación de la elección directa de aquél y el novedoso estatus de la CABA, establecidos por el constituyente de 1994). Lo plantean analistas de la realidad y políticos de primer nivel; aunque los alumnos de Derecho Público Provincial y Municipal y algún lector memorioso podrán dar fe de nuestra concreta y añeja observación sobre el punto.
La idea de organizar una fuerza política nacional con base en la CABA -latente en cada uno de los jefes de Gobierno votados desde 1996 en dicha jurisdicción, y trabajada inteligentemente en la última campaña presidencial, desplegando un arsenal de recursos pocas veces reunido- logró más que ningún proyecto político similar. Caído el telón para el Frente para la Victoria -que, pese a su marcado predominio, nunca terminó de ser una fuerza nacional sostenible-, el sello Cambiemos logró conformar, con dirigentes nacidos de una gestión cuasi municipal, la fórmula presidencial completa, la triunfante candidatura a la gobernación bonaerense, la dupla que hoy gobierna la CABA y las presidencias de las dos cámaras del Congreso. De ese lote de cuadros surgieron además el jefe de Gabinete, numerosos ministros y secretarios de Estado de la Nación.
El peso sociológico de la CABA -ese que parece no crecer, estacionado en tres millones de habitantes por varios censos- trasciende las fronteras institucionales y políticas como pocas veces en la historia del país. Su influencia se extiende y ramifica, y hace retroceder a los más experimentados líderes del interior nacional.

Capital y provincia
La relación con su provincia homónima se invierte. Desde 1983, siempre fue Buenos Aires -provincia- la influyente.
Por aquel entonces, un radical de Chascomús con predicamento en su distrito, logró -luego de un acuerdo con la poderosa Línea Córdoba- hacerse de la interna presidencial y se impuse con claridad, en la elección general del 30 de octubre, el binomio Alfonsín-Martínez a un peronismo aturdido. Agotado tempranamente el proyecto alfonsinista, fue anudando a un sólido dirigente bonaerense -Eduardo Duhalde- como Carlos Menem pudo vencer en la ejemplar e histórica interna de julio de 1988 a Antonio Cafiero, amplio favorito, paradójicamente por gobernador de “la Provincia”.
La presencia de Carlos Ruckauf en la fórmula de 1995 y la instalación de Duhalde en La Plata como primer mandatario provincial reafirmaron la estrategia menemista hasta 1999, aunque el quiebre final de Menem con el de Lomas de Zamora gravitó hacia el futuro.
En la efímera etapa siguiente, fue la presión bonaerense la que terminó con el experimento de la Alianza -cuyos fogoneros eran muy visibles dado su protagonismo político en la CABA-, licuada la legitimidad de De la Rúa y vacío de poder en pocos días el ensayo caudillista del puntano Rodríguez Saá. Se instauró finalmente en el gobierno -con el apoyo de Raúl Alfonsín- el doctor Duhalde, quien fue fagocitado finalmente por su propia creación -antídoto contra el regreso de Menem-, el santacruceño Néstor Kirchner, quien no dudó en afirmarse en los famosos “barones del Conurbano” al desembarcar en la Casa Rosada en 2003. Impuso a su esposa como candidata a senadora bonaerense en 2005, dando jaque mate al duhaldismo y consolidando la matriz que recién una década después, en un ajustado balotaje, dejaría de funcionar exitosamente, cuando el hasta entonces gobernador de la provincia de Buenos Aires -y vicepresidente de Néstor Kirchner-, Daniel Scioli, fue derrotado por Mauricio Macri, definitivamente catapultado al firmamento político nacional desde su rol de jefe de Gobierno porteño.
La marca Cambiemos se nutre exclusivamente, en este venturoso presente, de dirigentes de la CABA: Mauricio Macri, Gabriela Michetti, Horacio Rodríguez Larreta, María Eugenia Vidal y Marcos Peña.
Posiciona además una línea con figuras arrendadas, de presencia en ese distrito, como Elisa Carrió (que finalmente tomó una candidatura en la CABA) u Ocaña (quien se mudó a la provincia de Buenos Aires). Como la fallida Alianza -quizá reparando en el fracaso del híbrido e individualista ex jefe de Gobierno Aníbal Ibarra-, contó con soporte radical para extenderse territorialmente -el PRO no era mucho más que una fuerza local hasta 2015-, pero posiblemente considerando el desempeño radical en la experiencia de 1999-2001, no compartió el poder: las pocas figuras de la UCR que se han mantenido en discretos primeros planos sostienen mayor afinidad con el proyecto de Macri que con las propuestas que el partido de Alem pueda ofrecer a la sociedad en pleno siglo XXI. El mentado núcleo duro se extendió horizontalmente de modo muy eficaz.
Todos tienen la chance de renovar su mandato en 2019; opción que, siguiendo el modelo desarrollado entre 2007-2015, es posible que se escoja.
Lo facilita la confusión y la división en la actual oposición, la dificultad para actualizar y reorganizar la marca justicialista, irremediablemente dispersa y que en su vertiente kirchnerista decide adoptar la batalla en soledad, concentradas las fuerzas en los cinco o seis distritos más populosos del conurbano bonaerense y todavía con suficiente capacidad de réplica para dejar de retroceder políticamente.

Un poco de historia
No puede dejar de establecerse algún paralelo entre esta casi hegemónica CABA y aquel Estado de Buenos Aires que se hacía cargo de la Confederación Argentina, luego de su ingreso a ésta, superada la escisión que signó la primera década de organización constitucional del país.
El sector unitario acepta el liderazgo de Mitre y no cuestiona su ejercicio de la Presidencia para el período 1862-1868. Pero eran muchas las figuras expectantes en la ciudad-puerto: entre ellas el vigoroso Adolfo Alsina o el formado Carlos Tejedor. Pero Mitre terminará sucedido por Sarmiento -postergando a Alsina-, y el sanjuanino trabajará, promediando su mandato, para la candidatura de Avellaneda -relegando a Mitre-. Partiendo, don Bartolo y Domingo Faustino, de idéntica convicción: impulsar al finalmente elegido les facilitaría retornar a la Presidencia en el turno siguiente.
Se trataba entonces, como hoy para Cambiemos, de dirigentes en general jóvenes, de entre algo más de 35 y poco más de 45 años -salvo Sarmiento-.

Raleadas las figuras de fuste en el interior del país, la ciudad de Buenos Aires, capital de la Provincia -en la que residía también el Gobierno nacional-, se presentaba como el extremo y el fin de la política. La conducción del puerto, la Aduana y el Ejército harían fuerza suficiente frente a cualquier intento provinciano de equilibrar fuerzas.
Pero los límites de la ciudad que parecía brindarlo todo se mostraban cada vez más estrechos para contener todas y cada una de las ambiciones y se hacía intolerable para las poderosas figuras porteñas “paladar negro” -que, radicadas en la misma ciudad, conducían la rica provincia que se había reservado importantes prerrogativas al incorporarse definitivamente a la República- resignarse a candidaturas para sanjuaninos o tucumanos quienes, aun pertenecientes a la causa unitaria y de destacado protagonismo en la experiencia solista del Estado de Buenos Aires, pusieron una traba al propio Mitre, como señalamos, vencido en las tensas elecciones de 1874 por Avellaneda.
La resistencia del sector derrotado -originalmente parte de un mismo espacio- se potencia con rebeliones armadas fracasadas, que un pacto entre Mitre y Avellaneda -al que confluyó el mismo Alsina, tempranamente fallecido dejando un vacío, no detendrá por mucho tiempo.
El gobernador Carlos Tejedor señalará con toda intencionalidad el carácter de “huéspedes” en Buenos Aires del Gobierno nacional, y las manifestaciones irán en aumento hasta el crucial 1880, en el que mes a mes los enfrentamientos serán cada vez más graves.
En las elecciones presidenciales de ese año, el candidato de Avellaneda, Julio Argentino Roca, vencerá al mitrista Carlos Tejedor. La violencia se multiplicará. Los poderes nacionales se trasladan al pueblo de Belgrano.
Tras cruentos combates, la rebelión porteña es aplastada por la fuerza nacional, con Mitre -paradójicamente- oficiando como mediador, Tejedor fuera del gobierno provincial y la resolución de la “cuestión capital”: la ciudad de Buenos Aires sería federalizada. Ello ocurrirá en ese mismo año, debiendo agenciarse los ahora “bonaerenses” una nueva capital (se fundará La Plata).
El país entero observó el desenlace sin demasiado por hacer. Con Roca se afirmar nacionalmente un orden conservador que combinó elementos del interior y del sector autonomista vencedor, en cual tallará la influencia del “Zorro” hasta fines de la década de 1910 -el ciclo se extenderá hasta 1916-.
La provincia, aún poderosa, perderá potencia y prestigio. En tanto, la ciudad de Buenos Aires no elegirá a sus autoridades sino hasta 1996.

* Docente. Cátedra “B” Derecho Público Provincial y Municipal, UNC

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