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La “generación ‘I” y la banalidad de la disculpa

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Lacerar en las redes es hacerlo también personalmente

Por Armando S. Andruet (h)*

twitter: @armandosandruet
Exclusivo para Comercio y Justicia

Me quiero referir en esta ocasión a una situación fáctica acontecida no hace más de una semana, que tomó una cierta notoriedad acorde a la entidad de la materia que estaba en juego, aunque no por la manera particular como concluyó.
Todos sabemos que el pasado “8M” se recordó en el ámbito internacional el Día de la Mujer, en memoria de situaciones de terribles destratos otrora (y de hoy) que se cometen a diario en contra de miles de mujeres en todo el mundo, que atraviesan todas las capas socioeconómicas. Y en todos los países, con independencia de su formación cultural y su religión.
Ello, como núcleo central de la razón de ser de un Día Internacional de la Mujer.
Que exista tal fecha es una manera de tener vivo el hecho de años de postergación, frustración y maltratos.
Naturalmente, y como no puede ser de otro modo, con el tiempo y acorde a cada una de las geografías locales del planeta, el marco global del Día Internacional de la Mujer puede tener reivindicaciones o formulaciones de muy diferente tenor y, si bien algunas pueden parecer más importantes que otras, cada comunidad de mujeres de un Estado puede conocer mejor que nadie aquello en lo cual es importante hacer foco en el aquí y ahora. Esto es, haciéndolo fuertemente visible; porque hace al mismo sentir, decir y pesar del mencionado colectivo, colocarlo en una agenda pública principal. De seguro, y por lo que la prensa internacional ha reflejado, uno de los temas que ha tenido mayor atravesamiento en todos los Estados es la cuestión de la violencia que es ejercida en contra de las mujeres. Violencia que en muchos supuestos supone la acción física o moral directa sobre la mujer, en otros casos la violencia que se cumple a partir de las extorsiones de promocionar un mejor estándar a ellas a partir del logro de un resultado al que la mujer voluntariamente no accedería. A ello se suma un infinito conjunto de variantes.

Es la violencia contra la mujer uno de los ejes que en el mundo la jornada impuso como movilización y reflexión. En otros países, además, se pudieron sumar aspectos que por una u otra razón se ubican en la agenda pública abierta o postergada y que, por lo tanto, no es comunicable al ámbito internacional.
En nuestro país, desde hace varios años pero especialmente en el que corre, el debate acerca de la despenalización del aborto o la interrupción voluntaria de la mujer de su embarazo es un tema que con toda razón se sumó a la agenda debida del Día Internacional de la Mujer.
Con lo dicho, sólo he querido dar un contexto de importancia a ese día, pues el peso de los temas que son atravesados no son de factura sencilla ni tampoco se resuelven con puro voluntarismo. En un mundo globalizado, donde se celebran días de tantas cosas y que sólo para algunos pueden tener importancia, éste no es una de esas jornadas, en que al menos conceptualmente nadie puede creer que es una “tontería”.
En esas coordenadas quiero ubicar el problema a considerar, en tiempos de generaciones nombradas con letras -quizás próximo a lo que A. Huxley proponía en su obra Un mundo feliz, aunque con el alfabeto griego-, como “generación X”, “Y” (o milennials) y “Z”, además de aquella otra conocida como “Baby Boomers”. Dichas segmentaciones no son otra cosa que fragmentaciones que la sociología del mercado y la sociedad de consumo han propuesto para tener patrones de intereses de los individuos que las integran. Los estudios en esta materia fueron iniciados sobre el 2002 por los profesores Philip Kotler y Kevin Keller.
Ahora quiero hacer una glosa a una categoría generacional que no se asocia regularmente con una edad cronológica de la persona, tampoco con las preferencias consumeriles de ella, sino que se enuncia desde la sola capacidad de poder comprender, dicho sujeto, las acciones privadas que, cumplidas, ganan trascendencia pública y que lo colocan en una posición, no de ridículo sino de algo todavía peor: ser considerado un tonto por haber cometido una humorada semejante. Se trata de la “Generación ‘I”.

Pero que, acorde a un cierto estado civilizatorio -diría Norbert Elias- como en el que nos encontramos, en rigor hay que decir que es algo más serio que un acto desprevenido. Y si a ello se le suma que quien lo realiza es una persona con responsabilidades públicas, el factum cumplido no es nunca una mera tontería sino un auténtico desaguisado -puesto que desafía a la misma razón práctica su ejercicio-, por lo cual se siguen consecuencias devastadoras para su ejecutante. En términos generales, la “Generación I” no debe ser asociada a quienes cumplen una vida hiperconectada a partir del mundo de la Internet, sino que -según lo estamos ahora formulando- es la de aquellos que, creyendo saber algo de ese mundo, en realidad sólo conocen lo superficial y no alcanzan a evaluar el efecto transmisor que las redes tienen. Y además suman un componente de cierto descuido o desprecio por la ponderación del contexto en el cual sus posteos invaden la aldea global.
Ya he escrito acerca del mal uso que los jueces y fiscales hacen de las redes sociales, también he recordado la Recomendación del 9/11/15 de la Comisión Iberoamericana de Ética Judicial a dicho respecto y podría agregar, en menor medida, diversos vestigios que las resoluciones del Tribunal de Ética Judicial de Córdoba van dejando. Pero, sin dudarlo, el caso del fiscal de la provincia de Río Negro, Daniel Zornitta, se habrá de inscribir por varias razones en un lugar fuera de lo corriente.
Pues basta con revisar los periódicos de días pasados para encontrarse con el caso (https://www.infobae.com/politica/2018/03/08/escandalo-en-rio-negro-por-los-dichos-de-un-fiscal-en-el-dia-de-la-mujer-pueden-dedicarse-a-limpiar-y-planchar/). El fiscal, en el Día Internacional de la Mujer, utilizando su cuenta privada de Facebook, remitió a sus contactos -luego dirá él, que en especial estaba dirigido a un grupo de amigas- un posteo que decía: “Este jueves las mujeres pueden dedicarse a limpiar, cocinar y planchar¡ Todo el día tienen”.
El escándalo fue mayúsculo. ¿Quién podía dar amparo a una lección de machismo acérrimo condensado en quince palabras? Nadie.

Como era también posible en la previsión, el fiscal se disculpó, señaló que era un mensaje no al mundo sino a unos pocos integrantes de la aldea, destacó que su comportamiento fue una humorada, que quienes lo conocen saben que no piensa de esa manera, y expresó otra serie de reflexiones que, en realidad, no hay por qué no creerlas verdaderas. Pero que no descartan el terrible desatino lingüístico y la cristalización de violencia que encierra el breve posteo.
Pues si los jueces o fiscales creen que los medios virtuales hacen una suerte de disociación del funcionario y del ciudadano, se equivocan severamente. Nada de lo que se diga en el mundo virtual de la sociedad de la conectividad podrá ser alejado de lo real y existencial. Al fiscal se le espeta, en rigor, haberles dicho a todas las mujeres eso que en el posteo escribió.
Sin embargo, hay un aspecto que creo que no ha sido del todo ponderado y que, estimo, es valioso rescatar sin con ello dejar de repudiar el suceso antes dicho. Zornitta, producida la viralización y el juicio negativo en masa, tomó el camino que sin duda pocos jueces, legisladores, políticos, periodistas y otros tantos profesionales siguen cuando han equivocado gravemente la senda del adecuado transitar. Esto es, renunciar a la función que se tiene.
Pues sin duda que, de no haber sido un fiscal, y por lo tanto, instruido y sociológicamente adherido a una clase social acomodada y dominante, con seguridad habría sido también reprochable pero el efecto habría sido menor.

El fiscal no sólo pudo ofrecer las disculpas, como lo hizo, sino también aguardar para enfrentar una discusión disciplinaria y quizás destitutoria ulterior pero ofreciendo alguna batalla, amparándose en su comportamiento tonto y su ignorancia respecto a la lógica de las redes sociales.
Optó, sin embargo, por una vía que, por su extrañeza en una república en donde ni siquiera el condenado a veces es considerado culpable de aquello por lo cual fue juzgado, decidió un modo retributivo para devolver una cuota de dignidad a la alta indignidad que antes había producido. Y ello me parece que no puede ser descuidado, y quizás fuera el caso del hoy ex fiscal Zornitta algún ejemplo para quienes equivocan con severidad las acciones y consideran que el solo gesto de las disculpas ofrecidas todo cura y remedia.
Hay cuestiones tan serias que hacen que la disculpa sea banal, por lo que el gesto de la renuncia es acorde, aunque es también banalizante no reconocerlo de esa manera.

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