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Illia, un ciudadano en Casa de Gobierno

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¿Cuáles son los valores que pueden rescatarse de ese presidente representado, para denigrarlo, como una tortuga o con palomas en la cabeza?

Por Alicia Migliore *

Parece que sobre Illia todo ha sido dicho. Sin embargo, debe tratarse de un error, a juzgar por la apatía con la que sus comprovincianos por adopción recordamos su paso por el gobierno y por la vida.
Illia fue descalificado por los autoritarios de siempre. Los que luego lamentarían la violencia que propiciaron. Muchos de los cuales tuvieron la humildad de pedir disculpas por la gravedad  de la tropelía cumplida. Tarde e irremediable, porque la historia no se detiene ni puede volver atrás.
¿Cuáles son los valores que pueden rescatarse de ese presidente representado, para denigrarlo, como una tortuga o con palomas en la cabeza?
No hablaremos de su honestidad ni de su austeridad, puestas de manifiesto de modo permanente para desvalorizar su obra de gobierno.
Una sociedad que pondera el éxito económico, aunque se origine en maniobras delictivas, probablemente considere  fracasado a quien entrega su vida cumpliendo su vocación. Quien se dedica a curar enfermos sin lucrar con su profesión y gana espontáneamente el apelativo de “Apóstol de los pobres” será ponderado por aquellos que compartan su visión de la vida -como Favaloro, quien no concebía a un egresado universitario sin compromiso social-.
Cuando las declaraciones juradas de quienes transitan la función pública se convierten en danzas de dólares multicolores en las que no cierran ni blancos ni negros, que un primer magistrado declare un patrimonio magro y devuelva los gastos reservados constituye una denuncia sorda del abuso de poder y su sola evocación señala a aquéllos como auténticos estafadores que defraudan el voto popular y la esperanza depositada en el mandatario.

Estaría demás aclarar que Illia no fue austero por ingenuidad sino por convicción: concebía la política como una forma de servicio y la democracia como una construcción cotidiana con responsabilidades múltiples pero mayores en la conducción. A él se debe la figura del enriquecimiento ilícito de funcionarios públicos con inversión de carga de la prueba, tipo penal de escasa aplicación en nuestra justicia, que exige al acusado probar su inocencia.
Transcurrido más de medio siglo de su derrocamiento, que subsistan derechos humanos cercenados o negados cuando él se anticipó para lograr el  efectivo acceso a ellos de toda la población habla de la desidia, negligencia o ineficacia de quienes le sucedieron en los gobiernos. Correspondió a su gestión el Plan Nacional de Hidroelectricidad que originó la construcción de la Central Chocón-Cerros Colorados, anticipando cincuenta años la crisis energética; también la creación del Consejo del Salario, integrado por el Gobierno, los empresarios y los sindicalistas para garantizar el salario mínimo, vital y móvil, en procura de la dignidad de los trabajadores; la concepción de la educación como motor esencial de la transformación social motivó el incremento inusitado del presupuesto destinado a ese fin, y el Plan Nacional de Alfabetización destinado a los ciudadanos no escolarizados; la salud como derecho humano y el medicamento como bien social lo llevaron enfrentar el negociado tan lucrativo del medicamento con la ley Oñativia, el apoyo al Instituto Malbrán y la creación del Laboratorio de Hemoderivados dentro de la Universidad Nacional de Córdoba -para sustraerlo de los avatares políticos-, con una donación de sus fondos reservados para impulsar su funcionamiento. Y si lo  enunciado no fuera suficiente, la creación del Servicio Nacional de Agua Potable para garantizar este elemento vital directamente relacionado con la salud, la educación y el trabajo, evidencia su compromiso con aquellos conciudadanos postergados en cuestiones esenciales. Todas las medidas señaladas denotan deudas que la clase gobernante mantiene en la actualidad con la sociedad.
Más se analiza su conducta y su gestión y más ejemplarizadora se visualiza. ¿Cuál será la razón de su ocultamiento? Probablemente sea el contraste que cause en quienes se desviven por convertirse o aparecer como una casta diferente. Quienes acceden al poder como intendentes o gobernadores e inventan bandas, bastones, como si tuvieran pendientes el honor de llevar la bandera de la escuela en la infancia y no pudieran confrontar con este ciudadano tan digno que ingresó a la Casa Rosada, prestó juramento y recibió los atributos del mando en traje de calle. ¡Un hombre común conduciendo los destinos de la Nación!
Quienes, en el afán de perpetuar su memoria,  inscriben en cada obra o bien público, logrado con el erario de los contribuyentes, sus nombres personales, ¿qué podrían opinar de aquel que se negó sistemáticamente a publicitar los actos de su gobierno por confiar en la difusión que los propios beneficiarios harían?
Aquellos que declaman su compromiso con los desposeídos y acumulan riquezas que no podrán agotar muchas generaciones no resisten la imagen de un presidente desalojado ilegítimamente del poder que se negó a percibir la jubilación que le correspondía.
Los mandatarios que utilizan vallas, guardaespaldas, autos blindados nunca podrán comprender que un presidente transitara caminando solo por las calles de las ciudades o tomara un taxi porque había vendido su auto.

Es inútil. ¡Son tantas las diferencias con quienes ejercen el poder y tantas las enseñanzas que su figura deja a las generaciones actuales que reside en nosotros la obligación de rescatar a Don Arturo!
Ese cordobés nacido en Pergamino, según frase histórica de Tato Bores, mantiene una acreencia con esta Provincia y con esta Nación.
Se le debe un homenaje que aparece como remoto aunque haga más de treinta años de su fallecimiento. Todo es ahora inmediato y volátil. No hay ejemplos ni maestros. Se habla de política para descalificar, como si ocuparse de la cosa pública no fuera digno.
Arturo Illia fue un político digno, un gobernante ejemplar, ejemplo de militancia entre los jóvenes hasta el día de su muerte.
Por la humildad que lo precedía se resistiría a un homenaje. Pero la deuda a la que aludimos tal vez no sea con él sino con nosotros mismos: su memoria constituye un faro, una guía de los valores que debemos rescatar y defender.
He conocido dirigentes que, manteniendo la foto del viejo, ante cada desafío, miraban su retrato y se preguntaban qué hubiera hecho, para tomar la decisión correcta.
Hoy necesitamos vernos en su reflejo, para tomar también las decisiones correctas.
Querría que tuviéramos una estatua donde llevar a nuestros hijos a ver un hombre de bien que llegó al poder y siguió siendo un hombre de bien.
Me gustaría que un escultor lograra su figura alta y lánguida, como un Quijote con la manta sobre los hombros.
Pediría que lo emplazaran en la Ciudad Universitaria, frente al Laboratorio de Hemoderivados, reconociendo el alto valor que otorgaba a la salud, la educación y la ciencia.
Y sobre todas las cosas, me gustaría que, respetando su conducta, ese monumento no tuviera costo reflejado en rentas generales sino que fuera producto de nuestra gestión, mediante la reunión de llaves en desuso para utilizar el bronce, recibiendo donaciones personales de quienes crean que Illia lo merece.
¡Ojalá este mensaje resulte movilizador para quienes creemos en la memoria colectiva! Ayer estuve sentada junto a Daniel Salzano, pena que no lo escuchen, creo que está pidiendo el monumento a Don Arturo como muchos otros cordobeses.

(*) Abogada-ensayista. Autora del libro Ser mujer en política

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