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Hitos de Alta Córdoba

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Por Carlos Ighina (*)

Alta Córdoba es uno de los barrios más tradicionales de la ciudad, forjado por gente laboriosa que halló su convocatoria en torno a la fuente de trabajo que en su momento significó el ferrocarril, con todas las actividades y servicios conexos a su funcionamiento.
En su historia interna guarda recordaciones que despiertan la adhesión afectiva de aquellos que en su espacio urbano construyeron sus viviendas, transitaron sus aceras, vivieron su religiosidad, se integraron a la vida deportiva, frecuentaron sus establecimientos educativos, se abastecieron en sus negocios, cuidaron de su salud o respiraron el aire festivo de sus plazas.
Sin embargo, hay pautas que en su devenir de tiempos lejanos configuran al barrio caracterizándolo como núcleo vecinal con personalidad colectiva que lo distingue. Son esos trazos, avalados por memorias longevas y mantenidos de algún modo por presencias constructivas, los que queremos rescatar en tanto hitos señaladores de un pasado socialmente útil y significativo. En fin, hitos de una memoria afectiva que enmarcaron vivencias que, no por pretéritas, fueron menos reales, con la intención de “que no se lo tragase todo después la obscuridad del olvido”, como escribió Capdevila.

Fue el mismo fundador de Córdoba, Jerónimo Luis de Cabrera, quien otorgó las primeras mercedes en tierras de la zona donde actualmente se encuentra emplazado el barrio de Alta Córdoba. Los beneficiarios fueron algunos de sus compañeros de expedición, como Juan de Chaves, Tomás de Irobi, Miguel de Mugica y Pedro de Moreno, además de su propio hijo, Gonzalo Martel de Cabrera. Por los terrenos del sector que nos ocupa pasaba el camino de entrada a la ciudad, que venía desde Santiago del Estero, entonces capital de la Provincia del Tucumán.
Hacia 1766, los vírgenes campos fueron adjudicados a Alonso Luján de Medina y por su extensión se abría paso el antiguo camino real que llevaba a Colonia Caroya. Luego, la propiedad de esas tierras cambió de manos varias veces, pero lo curioso es que en 1825 se hablaba de “la punta de barranca del Patacón, adonde cae un arroyo de los altos”. Para mayor sorpresa, el recorrido de ese arroyo no es otro que el de la actual calle Lavalleja, que aún desborda en aguas en ocasión de grandes y cerradas lluvias. Basta pensar en la fuerza de esa corriente pluvial para imaginarnos cómo sería el arroyo de aquellos tiempos, cuando todavía se notaba, como accidente geográfico, “la barranca del Patacón”.

Los primeros loteos
Antonio Rodríguez del Busto, escritor, político y periodista, fue también un empresario de gran visión comercial. Lo que en estos días diríamos un desarrollista con perspectiva de futuro, que detectó en los Altos del Norte, como entonces se llamaba a lo que luego sería el Pueblo de Alta Córdoba, la oportunidad de una excelente inversión inmobiliaria. Primero en 1884 y después en 1888, adquirió grandes extensiones de terrenos, asociándose en este último año con Marcos Juárez, que estaba en la inminencia de ser gobernador de la provincia, y con el joven abogado Ramón José Cárcano, conformando una sociedad loteadora, que fue la que vendió los primeros terrenos en el sector. Esta misma empresa urbanizadora construyó una serie de viviendas con dos habitaciones, zaguán y dependencias, que aparte de algunos precarios ranchos criollos, fueron las primeras edificaciones de Alta Córdoba.

El ferrocarril, una tradición
La estación del Ferrocarril Central Córdoba, luego General Belgrano, se terminó de construir en el año 1890 por parte de la empresa concesionaria que encabezaba Alejandro Hume. Pero en 1892 comenzó a correr otra línea desde Alta Córdoba. Fue la que, partiendo de la estación que estaba sobre calle Rodríguez Peña, entre Antonio del Viso y Jerónimo Cortés, instaló los clásicos recorridos a las sierras, con punto terminal en la localidad de Cruz del Eje. El concesionario era el conocido empresario cervecero Otto Bemberg.
Lamentablemente, el edificio de esta estación fue demolido, privándose así al barrio de una de sus características construcciones. Posteriormente, al amparo del ferrocarril y por el entusiasmo de los trabajadores ferroviarios, nació en 1918 la más popular de las instituciones deportivas de Alta Córdoba y una de las más importantes de la ciudad: Instituto Atlético Central Córdoba. Su amplio estadio fue inaugurado en 1951, siendo presidente de la República el general Perón, de allí el nombre que ostenta actualmente.

Los viejos tranvías
En el año 1889 llegó el tranvía a caballo al Pueblo de Alta Córdoba, precisamente el año en que finalizaban las obras del Parque Elisa, que luego se llamaría Parque Las Heras. Cuenta Manuel López Cepeda que al viaje inaugural asistió el propio Marcos Juárez, quien por entonces ya era gobernador de Córdoba, y que al acontecimiento se lo festejó con una gran “tabeada”.
El nuevo servicio de transporte se denominaba “Tranvía Ciudad de Córdoba” y tenía su guardacoches en el espacio que hoy ocupa la concurrida Plaza Rivadavia, todavía corazón dinámico y social de Alta Córdoba.
Claro que el trayecto poseía sus inconvenientes, sobre todo en los tramos cuesta arriba, donde los pasajeros “con pupo”, que pagaban un boleto de menor costo, se bajaban para “pechar” al tranvía, ayudando a los sufridos caballos a zafar de la situación de descarrilamiento o de un esfuerzo insuficiente para el ascenso. Mientras tanto, los pasajeros “sin pupo” aguardaban el desarrollo de la operación sin molestarse en modo alguno. El tranvía eléctrico recién arribó a Alta Córdoba en el año 1909, iniciando el periplo histórico del inolvidable tranvía 3, que dejaría de circular en 1962.

La mujer del angelito
La historia de los tranvías de Alta Córdoba está relacionada con la leyenda de la mujer del angelito. Nos dice la tradición, y lo referían convencidas las abuelas, que hacia principios del siglo pasado, por la bajada Roque Sáenz Peña, los cocheros de los tranvías a caballos solían tener enormes sustos cuando, a altas horas de la noche y a menudo sin pasajeros, se les aparecía corriendo entre las vías una mujer vestida de negro, que llevaba entre sus brazos un pequeño cajón de muerto. De aquellos que la costumbre popular designaba como “de los angelitos”, por corresponder a niños.
La misteriosa mujer pasaba por frente a los caballos y luego desaparecía en las sombras de la noche.
Muchas cosas, como inquietos sucesos o conjunción de recuerdos, aguardan en el reservorio colectivo de la gente de Alta Córdoba para iluminar, aunque más no sea con la premura de una estrella fugaz, una evocación poblada de sentimientos.
Podríamos detenernos en la mención de los antiguos hoteles, aquellos justificados por la cercanía de la estación ferroviaria, como el Hotel Italiano, el Central Córdoba, el de Miguelini, el de Las Colonias y la pensión de Quadri. Establecimientos todos ellos que seguramente estarán en las charlas de viejos vecinos, tal vez como fantasmas persistentes de una tejida en torno a sonoras sirenas y a silbatos de pesadas máquinas que iban y venían siempre por los mismos rieles.
Allí está todavía, como testimonio construido de una fragorosa actividad, la pasarela del ferrocarril, la que comunica Jerónimo Luis de Cabrera con Jerónimo Cortés, habilitada hace más de medio siglo, aunque para los vecinos de Alta Córdoba haya sido una necesidad reclamada desde el momento mismo de la instalación ferroviaria.
Quedaría, por cierto, tomar un café en el Bar Royal.

(*) Abogado-Notario. Historiador urbano costumbrista. Premio Jerónimo Luis de Cabrera.

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