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El primer juicio a una mujer… ¿homicida?

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Fue en la antigüedad y en la tierra que recibe las aguas del Éufrates. Mil ochocientos años antes de Cristo, un proceso acuñó principios jurídicos vigentes hasta hoy.

Por Luis R. Carranza Torres

Sucedió en una antigua ciudad sumeria, de la cual hoy sólo quedan ruinas. Se erigía por ambas orillas del Shatt-en Nil, uno de los cauces más antiguos del Éufrates. Estaba protegida por una muralla y sus edificios eran de ladrillos. La más usada de sus denominaciones es Nippur, pero en sumerio se denominaba Nibru y en acadio, Nibbur. Allí se hallaba el templo principal del dios del cielo y de la creación Enlil. Se trataba, tal edificación, del típico zigurat, con su aspecto de pirámide escalonada. Su importancia entre los sumerios se demuestra en el hecho de que en su escritura cuneiforme se usaba exactamente la misma palabra para nombre tanto para la ciudad como a ese dios.

Allí, en las inmediaciones de ese lugar religioso, alrededor del 1850 a.C. fueron juzgados tres hombres y una mujer por el homicidio de un dignatario del templo, llamado Lu-Inanna. La mujer, llamada Nin-dada, era nada menos que su esposa.

Se trata, según el estado actual de los estudios en la materia, del primer proceso llevado a cabo y que involucra a una mujer. También, uno de los juicios de tal civilización que mayores datos nos han llegado al presente. Samuel Noah Kramer, en su obra La historia empieza en Sumer, lo trata con todo detalle en el capítulo referido a la justicia.

Cabe destacar que entre los sumerios la mujer gozó de un plano social muy similar a la egipcia, si bien no llegó a igualarlo. Pero disfrutaron de una serie de derechos que no tendrían en civilizaciones sucesivas y que no recuperarían hasta muchos siglos más tarde.

Para empezar, poseía sobre sus hijos los mismos derechos que el marido y, en ausencia de éste, administraba los bienes comunes y era la autoridad suprema del hogar. Podía igualmente estudiar en paridad con los varones -si bien la educación no era obligatoria ni gratuita-. Y, por sobre todo, ejercer cualquier tipo de oficio o emprender negocios en forma completamente independiente del marido, y disponer a sus anchas de lo producido por tales actividades. Sobre los esclavos que comprara, tenía el mismo dominio que un varón, inclusive el ejercicio del derecho de vida o muerte. Como se ve, estaban igualadas no sólo en lo bueno sino también en lo malo de las costumbres de tal civilización.

Sin embargo, y como dato curioso, aunque encontramos mujeres en casi todas las actividades, llegando incluso a reinar sobre ciudades-estado, no se han hallado rastros de mujeres escribas.

«La ley y la justicia eran dos conceptos fundamentales en Sumer; tanto en la teoría como en la práctica, la vida social y económica sumerias estaban impregnadas de estos conceptos», nos explica Kramer. Por eso no es raro que en los millares de tablillas de arcilla de escritura cuneiforme que han podido recobrarse de tal cultura, se encuentren toda clase de documentos con connotaciones jurídicas, tales como contratos, actas, testamentos, pagarés, recibos y sentencias judiciales. Más aún, ya entre los sumerios, parte de los estudios más elevados a los que podía aspirarse era el conocimiento de las leyes y de las sentencias que se habían dictado.

Volviendo al caso de la primera acusada en la historia de que tengamos registro, como el propio Samuel Kramer lo reconoce, se trata de un proceso «tan notable, y el asunto de que trata es tan curioso, que vale la pena entretenernos un poco con él». Concordamos totalmente con tal estudioso.

Para empezar, la mujer no participó directamente del homicidio pero se la relacionó con él. Pues tras ejecutar su acto criminal, fueron a verla los autores de la muerte de su marido, a saber: «Nanna-sig, hijo de Lu-Sin; Ku-Enlil, hijo de Ku-Nanna, barbero, y Enlilennam, esclavo de Adda-kalla, jardinero». El motivo de su visita fue, nada menos, que informarle del fallecimiento de su esposo. Por qué hicieron esto, lo desconocemos. Tampoco ha llegado a nosotros la razón de por qué la viuda, acto seguido, no los denunció por lo ocurrido.

Pero otro u otros, que no aparecen en el documento de la sentencia, sí lo hicieron, e informado de ello el rey Ur-Ninurta, en su capital de Isin, mandó a apresar a los cuatro y hacerlos comparecer ante la Asamblea de ciudadanos que hacía las funciones de tribunal, en Nippur.

Es así como «Nin-dada, hija de Lu-Ninurta, esposa de Lu-lnanna» tuvo que comparecer junto a los autores materiales del crimen. Se la sospechaba de instigadora por unos, de cómplice por otros y de encubridora por la mayoría.

Cómo se desarrolló el proceso y lo que deja para la consideración jurídica es ya otra parte de la historia, que abordaremos la semana próxima.

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