ESCUCHARPor Luis A.Esterlizi
Como un enorme estigma que eclipsa nuestras esperanzas, la pobreza estructural y la desintegración social constituyen el signo más claro de la decadencia pergeñada bajo licencias y arbitrariedades elitistas, dándo lugar a que minorías fanáticas y sectarias instalen el resentimiento en las relaciones sociales. Se daña así severamente el espíritu de unidad de la sociedad argentina.
Ningún modelo democrático, y menos un gobierno, puede unir a los argentinos detrás de un proyecto común si la realidad expone la convivencia en un pueblo conflictuado, que como una bolsa llena de gatos resulta imposible de cargar. Menos sobre la gobernabilidad de un Estado, donde cada sector puja por encontrar una salida y cubrir sus necesidades y pretensiones, algunas desmedidas, inoportunas o injustificables.
El trasfondo político y social de la Argentina de hoy muestra que no existe con el suficiente peso de su contundencia moral, la razón y el obrar de dirigentes identificados con una misma comunidad de origen y destino; porque priorizan la defensa de intereses sectoriales, partidarios o corporativos, demostrando una clara actitud deshumanizada y ajena al recupero de la dignidad del hombre argentino y su habitar.
Observamos cómo grupos inorgánicos se dedican a profundizar la “grieta” e impedir la integración de clases mientras otros se aferran sólo a las perspectivas del progreso personal.
En tanto la pobreza, la droga y la violencia social carcomen los últimos girones de nuestros sueños de realización nacional.
De este panorama dramático y pavoroso, sólo sacan ventajas los intereses sin patria ni comunidad, bajo el predominio del poder financiero, del narcotráfico o la corrupción.
Una polarización mediatizada logró magnificar las diferencias que nos enfrentan, antes que incitarnos a compartir esfuerzos y sacrificios por tesis que nos unirían detrás de un proyecto común.
Tan cierto resulta esto que los acontecimientos vividos muestran cómo los argentinos hemos perdido las diferentes batallas, que anunciadas a favor del desarrollo desde el golpe apátrida del 76, generaron mayor pobreza, degradaron la dignidad de muchos compatriotas, frenaron la evolución industrial y tecnológica y generaron graves enfrentamientos sectoriales y sociales. A sabiendas de que mientras los hermanos se pelean, los devoran los de afuera.
Por lo tanto, ante este cuadro que resiente las esperanzas y produce cierto desasosiego, las decisiones de participar en forma personal las debemos centralizar ya sea en grupos, asociaciones o redes sociales; obrando con cordura y sensatez para no perforar aún más la paz entre los argentinos.
Pero mucho más allá de lo individual, es fundamental recuperar la institucionalidad y responsabilidad social de nuestras organizaciones, para que accionen no como grupos de presión sino como sectores organizados del pueblo, asumiendo misiones y compromisos trascendentes.
Porque sabemos que nuestro accionar en redes sociales, movilizaciones, paros o huelgas amparados por las leyes no sirve para resolver los problemas; pero tiene el mérito de influir sobre el obrar de la sociedad, dirigentes, instituciones y gobernantes.
Por lo tanto esperamos que los partidos y los gobiernos surgidos de sus filas comprendan que hoy, para gobernar, es ineludible cubrir la gestión con la participación institucional de la comunidad; ya que los diálogos por sí solos -entre los sectores y de estos con los gobiernos- no garantizan el éxito de los acuerdos.
Para que ello ocurra, los acuerdos deben ser llevados a la práctica en forma clara ante la comunidad y con ello demostrar que quienes acordaron velan por su cumplimiento, única manera de producir un cambio de época y terminar con la especulación sectorial o electoral que tanto daño generan.
Vemos que con las promesas de los gobiernos y los acuerdos acotados o circunstanciales difícilmente podamos armar un proyecto trascendente que perfile un destino superador de los estigmas actuales y, menos aún, si no está la presencia activa y decisiva de la sociedad.
Por dichas circunstancias, debe ser la comunidad nacional y sus instituciones quienes actúen, esencialmente aquellas que estén organizadas y tengan una misión que cumplir diariamente mediante el trabajo, la producción, los servicios, la capacitación, la enseñanza de niños y jóvenes, la investigación y la evolución tecnológica, etc.
El inicio de este proceso debe ir junto al armado de una agenda común acordada entre las entidades intermedias y los gobiernos para terminar con la pobreza y la falta de una educación consecuente con la formación de valores y virtudes. Además, para lograr recomponer un sistema digno e integral de salud, preservar e incrementar las fuentes laborales, alcanzar el desarrollo tecnológico y la concreción de un nuevo perfil industrial y productivo.
Todo esto constituirá -mediante el diseño y la implementación de políticas públicas- la guía que oriente a todos los argentinos hacia un destino de mayor justicia e integración social.
Esta propuesta, para que constituya una auténtica salida, debe ser acompañada por una dirigencia puesta al servicio de las demandas de un pueblo desengañado del proceso vivido, representando con idoneidad y legitimidad a los distintos sectores organizados que deberán -definitivamente- despojarse de toda especulación y beligerancia entre argentinos, construyendo así una sólida unidad detrás de las razones que nos conduzcan hacia un mismo destino por encima de diferencias partidarias, sectoriales, religiosas o de clase social.
*Ex Ministro de Obras y Servicios Públicos de la Provincia de Córdoba
