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El ocaso de las pelucas judiciales

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Una costumbre de siglos, en materia de postizos, parece estar llegando a su fin.

Por Luis R. Carranza Torres

En 2007, el Lord Chief Justice of England and Wales, un equivalente al presidente de nuestra Corte Suprema, causó el mayor cimbronazo en la moda jurídica inglesa en dos siglos al anunciar que dejaba de resultar obligatorio para los magistrados del fuero Civil y de Familia el llevar en juicio las tradicionales pelucas blancas que los identificaban.

No fue el único cambio impuesto por Nicholas Addison Phillips en su empeño por mostrar un rostro más actual de la justicia a sus connacionales. También se metió con las togas, suprimiéndoles las capas rojas de antaño y dejándolas en una versión más simple, consistente en una sencilla túnica negra.

El nuevo diseño fue creado por “la top” de las modistas de elite británicas, Betty Jackson, quien además de haber obtenido el premio de Diseñadora del año de la industria de la moda inglesa, fue nombrada en «comandante» de la Orden del Imperio Británico (Commander of the Most Excellent Order of the British Empire) por la reina Isabel II por sus contribuciones a la industria de la moda.

Tales cambios de vestuario implicaron, además, un alivio de más de medio millón de dólares a las arcas de la justicia real. Detalle no menor, especialmente entre los anglosajones.

La reforma no alcanzó a los jueces penales ni a las cortes superiores. Allí se, expuso, como justificación para seguir con el atuendo tradicional, que resultaba necesario tanto para mantener la autoridad y dignidad en los juicios como para protegerse fuera de ellos, de ser reconocidos por acusados en la vía pública.

La tendencia derogatoria de la peluca no se ha detenido en la Gran Bretaña. En la Corte Penal Internacional, en 2011, la jueza búlgara Ekaterina Trendafilova se los señaló sin ambages a los abogados y fiscales que llegaron con el atuendo tradicional de túnica negra y peluca blanca de pelo de caballo a una audiencia preparatoria de juicio, respecto de hechos de violencia ocurridos durante las elecciones presidenciales de Kenia en 2007. Al término de la audiencia, les pidió que para la próxima “olvidaran» las pelucas en sus domicilios. «No es un atuendo reglamentario de esta institución», fueron sus palabras.

El uso de pelucas es tan antiguo como para remontarnos al Egipto de los faraones. Sin embargo, como atavío judicial, data del siglo XVII. Si bien antes existían por costumbre, no fue sino hasta las Judge´s Rules de 1635, elaboradas por los magistrados de Westminster, que se reguló por primera vez la indumentaria en el ámbito judicial en Inglaterra.

De tal forma, al impartir justicia se debían utilizar ropajes en tonos morados y túnicas de pieles en invierno. Para el verano, la onda era llevar ropa de color verde confeccionada en tafetán; vestir de rojo se reservaba para las grandes ceremonias. Aun hoy en día, los jueces de la High Court utilizan el vestido ceremonial tal y como se estableció en dicha regulación.

Respecto a qué ponerse en la cabeza, dicha normativa estableció que debía utilizarse una cofia de lino blanco, seguida de un solideo negro y un gorro del mismo color.

El uso de las pelucas en la corte durante el reinado de Carlos II (1660-1685) condujo a que fueran también adoptadas para la actividad judicial. Blancas y con marcados rulos hasta debajo de los hombros para los jueces. Y de similar factura, pero de menor largo, para los demás actuarios judiciales, tales como fiscales y abogados.

En 1860, por causa de una ola de calor en las islas británicas, se autorizó a los abogados a quitárselas durante los días cálidos en las salas de juicio. Y, más contemporáneamente, se permite por cuestiones de fe religiosa reemplazarla por un turbante.

De todos los lugares especializados en donde pueden adquirirse, sin lugar a dudas el más conocido y prestigioso es Ede & Ravenscraft. Fundado en 1689 por William y Martha Shudall, se dedicó a fabricar pelucas, naturales y de crin de caballo, y a confeccionar togas; aún hoy sigue en Londres con tal actividad, desde su tradicional negocio situado en el número 93 de la calle Chancery Lane. Nada casualmente, ubicado a cuadra y media de la Royal Courts of Justice situadas en el Strand, así como del Central London County Court, los tribunales locales para la ciudad, emplazados en edifico Thomas More, a continuación de las anteriores. Y queda, asimismo, a unas seis cuadras del Inns of Court, la asociación profesional a la cual deben pertenecer los barristers, es decir los abogados que actúan en juicio tanto en Inglaterra como Gales.

Para nuestras costumbres, todo esto puede parecer curioso y hasta un exceso. En todo caso, marca la conexión del vestir como elemento diferenciador. Y en la moda judicial inglesa, persiste el uso de estas vestimentas no sólo por un tema de afirmar la autoridad sino de marcar cierta diferencia «social-profesional». De hecho, hasta los abogados se hallan divididos en categorías. Existe, detrás de todo ello, una pretensión clasista no muchas veces confesada.

Me viene a la memoria una frase de mi padre cuando se hablaba de estas cuestiones: «Hijo, hay que dar gracias al cielo que somos un país republicano». Sigo creyendo que, a pesar de todos nuestros defectos, esas palabras encierran una gran sabiduría.

 

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