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El juicio a Cheryl Crane

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Fue probablemente el primero de carácter mediático de la historia, tal como hoy los entendemos

Por Luis R. Carranza Torres

El juicio fue retransmitido por televisión en directo, hecho inusual hasta entonces en EEUU y un signo de la atención pública que acaparó el caso. Los niveles de audiencia de las emisiones convirtieron el litigio en el equivalente a lo que hoy entendemos por un reality show.
Tenía todos los condimentos de morbo para atrapar la audiencia más exigente en tal materia: un mafioso asesinado a las puñaladas en el propio dormitorio de su amante, una estrella de cine y símbolo sexual de su tiempo devastada, más una adolescente con problemas de conducta asesina. Ni Alfred Joseph Hitchcock lo hubiera pensado mejor.
A casi nadie extrañaría que el escándalo tiñera el suceso de inmediato. Para mayor condimento mediático, Cheryl Crane, de tan sólo 14 años, era la hija única de la famosísima Lana Turner y el asesinado no era otro que el especialista en aprietes y pistolero favorito del capo mafia de Los Angeles Mickey Cohen: Johnny Stompanato.
En la sala de audiencias se enfrentaban, asimismo, dos “pesos pesados” del derecho penal, uno y otro conocedores a la perfección de ese fino detalle en las vistas de causa que determinan el triunfo o el fracaso hacia uno u otro lado del ring jurídico.
Por la defensa actuaba Harold Lee Giesler, más conocido en la profesión como «Jerry» Giesler. Era considerado el abogado por antonomasia de las estrellas en Hollywood. Cuando alguien de alta exposición pública tenía un problema, en la primera mitad del siglo XX, se recurría a él. Clarence Darrow, Charles Chaplin, Errol Flynn, Busby Berkeley, Bugsy Siegel y Marilyn Monroe se contaban entre sus clientes. Su reputación de «ganar casos» era tal que había una frase en la meca del cine cuando se suscitaba un problema legal de proporciones: «Get me Giesler!» (Consíganme a Giesler). Y eso era justamente lo que se había hecho. Estaba encargado, a partes iguales, de sacar bien librada del juicio a Cheryl y hacer zafar del escándalo a Turner.

Representaba al ministerio público William E. McGingley, fiscal adjunto para el condado de Los Angeles. Apodado «Bill», había servido en el Cuerpo Aéreo del Ejército durante la Segunda Guerra Mundial y jugado al baloncesto en la University of Southern California, la casa de altos estudios privada más prestigiosa del Estado, antes de graduarse como abogado en la USC Law School. Su carrera en la Oficina del Fiscal del Distrito de Los Ángeles había sido un camino metódico y de éxito hasta llegar a ser la cabeza del área destinada a litigar en los juicios. Años después de este pleito, el entonces gobernador Ronald Reagan lo designaría juez de distrito y luego integraría el Tribunal Superior del Estado.
La declaración de los policías de Beverly Hills que acudieron ese 5 de abril de 1958 a la mansión situada en North Bedford Drive, propiedad de la actriz y femme fatale Lana Turner, no dejaron lugar a dudas sobre por qué la joven Cheryl Crane de 14 años estaba en la silla de los acusados.
En su relato, describieron cómo habían encontrado en uno de los dormitorios del piso superior el cuerpo sin vida de Johnny Stompanato, apuñalado en forma reiterada en el abdomen con un cuchillo de carnicero. Antes de que terminara la noche, la hija de Turner confesó haberle prodigado las heridas fatales y fue detenida.

Luego había subido al estrado el propio jefe de Stompanato, Mickey Cohen, llamado para identificar el occiso, cosa que no hizo. «Me negué a identificarlo como John Stompanato Jr. con el argumento de que podría ser acusado de este asesinato», diría a la prensa al salir de la sala del juicio, en los tribunales de Los Angeles. Era la misma línea de actuación que nueve años antes había tenido en la investigación sobre la muerte de su supuesto secuaz Edward «Neddie» Herbert. Pero, por una vez, en esta ocasión Mickey nada tenía que ver con la muerte de alguien en la ciudad.
Pero sin dudas, y como no podía ser de otra manera, la actuación estelar correspondió a la propia madre de la acusada. Con cara de conpungida, Turner llegó vestida de gris, como un ama de casa promedio de la época, y se dirigió a la sofocante sala de audiencias del Hall of Records a través de una multitud de reporteros, equipos de cámaras de noticias y curiosos.
Una vez en el estrado, el periodista de The Times, Jack Jones, consignó que, al sentarse, «se quitó los guantes blancos que llevaba, dejando al descubiertto sus uñas plateadas». Durante su declaración «tembló, se llevó las manos a la cara de vez en cuando y luchó por controlar las lágrimas que amenazaban con vencerla». Mientras contestaba preguntas, «miraba hacia abajo sus manos que retorcía o sobre las cabezas de los espectadores, como si murmurara los detalles de una pesadilla increíble».
Se trataba de la testigo estrella, y no por sus papeles en el cine. Era la única persona que había estado allí cuando mataron a Johnny. Y si bien era la madre de la acusada, también resultaba un secreto a voces que Lana le reprochaba a Cheryl por haber matado «al amor de su vida».
Tanto «Jerry» Giesler como William McGingley dependían de ella para ganar el caso.
No era para nada raro, entonces, que se convirtiera en una de las declaraciones de testigos más famosas en la historia judicial de Estados Unidos.

El juicio fue retransmitido por televisión en directo, hecho inusual hasta entonces en EEUU y un signo de la atención pública que acaparó el caso. Los niveles de audiencia de las emisiones convirtieron el litigio en el equivalente a lo que hoy entendemos por un reality show.Tenía todos los condimentos de morbo para atrapar la audiencia más exigente en tal materia: un mafioso asesinado a las puñaladas en el propio dormitorio de su amante, una estrella de cine y símbolo sexual de su tiempo devastada, más una adolescente con problemas de conducta asesina. Ni Alfred Joseph Hitchcock lo hubiera pensado mejor.A casi nadie extrañaría que el escándalo tiñera el suceso de inmediato. Para mayor condimento mediático, Cheryl Crane, de tan sólo 14 años, era la hija única de la famosísima Lana Turner y el asesinado no era otro que el especialista en aprietes y pistolero favorito del capo mafia de Los Angeles Mickey Cohen: Johnny Stompanato.En la sala de audiencias se enfrentaban, asimismo, dos “pesos pesados” del derecho penal, uno y otro conocedores a la perfección de ese fino detalle en las vistas de causa que determinan el triunfo o el fracaso hacia uno u otro lado del ring jurídico. Por la defensa actuaba Harold Lee Giesler, más conocido en la profesión como «Jerry» Giesler. Era considerado el abogado por antonomasia de las estrellas en Hollywood. Cuando alguien de alta exposición pública tenía un problema, en la primera mitad del siglo XX, se recurría a él. Clarence Darrow, Charles Chaplin, Errol Flynn, Busby Berkeley, Bugsy Siegel y Marilyn Monroe se contaban entre sus clientes. Su reputación de «ganar casos» era tal que había una frase en la meca del cine cuando se suscitaba un problema legal de proporciones: «Get me Giesler!» (Consíganme a Giesler). Y eso era justamente lo que se había hecho. Estaba encargado, a partes iguales, de sacar bien librada del juicio a Cheryl y hacer zafar del escándalo a Turner. Representaba al ministerio público William E. McGingley, fiscal adjunto para el condado de Los Angeles. Apodado «Bill», había servido en el Cuerpo Aéreo del Ejército durante la Segunda Guerra Mundial y jugado al baloncesto en la University of Southern California, la casa de altos estudios privada más prestigiosa del Estado, antes de graduarse como abogado en la USC Law School. Su carrera en la Oficina del Fiscal del Distrito de Los Ángeles había sido un camino metódico y de éxito hasta llegar a ser la cabeza del área destinada a litigar en los juicios. Años después de este pleito, el entonces gobernador Ronald Reagan lo designaría juez de distrito y luego integraría el Tribunal Superior del Estado. La declaración de los policías de Beverly Hills que acudieron ese 5 de abril de 1958 a la mansión situada en North Bedford Drive, propiedad de la actriz y femme fatale Lana Turner, no dejaron lugar a dudas sobre por qué la joven Cheryl Crane de 14 años estaba en la silla de los acusados. En su relato, describieron cómo habían encontrado en uno de los dormitorios del piso superior el cuerpo sin vida de Johnny Stompanato, apuñalado en forma reiterada en el abdomen con un cuchillo de carnicero. Antes de que terminara la noche, la hija de Turner confesó haberle prodigado las heridas fatales y fue detenida.Luego había subido al estrado el propio jefe de Stompanato, Mickey Cohen, llamado para identificar el occiso, cosa que no hizo. «Me negué a identificarlo como John Stompanato Jr. con el argumento de que podría ser acusado de este asesinato», diría a la prensa al salir de la sala del juicio, en los tribunales de Los Angeles. Era la misma línea de actuación que nueve años antes había tenido en la investigación sobre la muerte de su supuesto secuaz Edward «Neddie» Herbert. Pero, por una vez, en esta ocasión Mickey nada tenía que ver con la muerte de alguien en la ciudad.Pero sin dudas, y como no podía ser de otra manera, la actuación estelar correspondió a la propia madre de la acusada. Con cara de conpungida, Turner llegó vestida de gris, como un ama de casa promedio de la época, y se dirigió a la sofocante sala de audiencias del Hall of Records a través de una multitud de reporteros, equipos de cámaras de noticias y curiosos.Una vez en el estrado, el periodista de The Times, Jack Jones, consignó que, al sentarse, «se quitó los guantes blancos que llevaba, dejando al descubiertto sus uñas plateadas». Durante su declaración «tembló, se llevó las manos a la cara de vez en cuando y luchó por controlar las lágrimas que amenazaban con vencerla». Mientras contestaba preguntas, «miraba hacia abajo sus manos que retorcía o sobre las cabezas de los espectadores, como si murmurara los detalles de una pesadilla increíble».Se trataba de la testigo estrella, y no por sus papeles en el cine. Era la única persona que había estado allí cuando mataron a Johnny. Y si bien era la madre de la acusada, también resultaba un secreto a voces que Lana le reprochaba a Cheryl por haber matado «al amor de su vida».Tanto «Jerry» Giesler como William McGingley dependían de ella para ganar el caso. No era para nada raro, entonces, que se convirtiera en una de las declaraciones de testigos más famosas en la historia judicial de Estados Unidos.

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