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El Hotel Plaza (I)

Por Carlos A. Ighina (*) - Exclusivo para Comercio y Justicia
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 Por Carlos Ighina (*)

La celebración del centenario del movimiento de Mayo de 1810 significó, en todos los lugares del país donde la prosperidad material afloraba, un gesto de imitación al modus vivendi y a las tendencias de las artes y de la arquitectura de las naciones líderes en Europa, principalmente Francia, dictadora del buen gusto y espejo indisimulable para todo aquel o aquellos, tomados estos últimos en corporación de cualquier naturaleza, que anhelaban identificarse con la simbología constructiva del progreso.
Se trataba de inducir a que la piqueta, aferrada siempre a manos criollas y sencillas, demoliese las huellas del pasado hispánico y diese espacio a proyectos mayoritariamente gestados en París, ocupando los huecos dejados por patricias casonas de existencia secular.
Con esa idea motriz se concibió, en 1910, la estructura de lo que sería el Hotel Plaza, ubicado en el ángulo noreste de la intersección de las calles San Jerónimo y Buenos Aires, teniendo por vecinos inmediatos, calzada de por medio, a la más de tres veces centenaria Plaza Mayor y al imponente Hotel San Martín, que luego sería sede municipal y después volvería a los trajines de la hospedería como Palace Hotel hasta que finalmente pasó a ser patrimonio del Banco de Córdoba. Sin olvidarnos de la silueta colonial, situada en cruz con el emplazamiento del hotel, en el predio que hoy ocupa el Café Sorocabana, que contenía a la antigua y acreditada Botica del Inca.
Fue el ingeniero y arquitecto Carlos Agote, de amplísimo prestigio en Buenos Aires como proyectista y como constructor, quien asumió la total responsabilidad del sobresaliente edificio, llamativo por sus atractivas masas de avanzada que contrastaban con las curvaturas rebajadas en su frente, mientras que la decoración vegetal lucía a modo de guirnaldas que ornamentaban las arquerías.

Agote, distinguido por su participación rectora en el edificio del diario La Prensa, en Buenos Aires, y graduado en París, con prolongada actuación en el período limitado por los años 1890 y 1940, es recordado en Mar del Plata por el histórico Chalet de Madera, el Club Mar del Plata y la rambla francesa, pero más especialmente por el soberbio Palacio Paz, de las beaux arts, de principios del siglo XX, desde 1938 sede del Círculo Militar.
Además de intervenir en la construcción del Club del Progreso, en la Capital Federal, Agote tuvo también a su cargo las obras del Palacio Ferreyra, en Córdoba.
Como se dijo, con la presencia operativa de Agote, Córdoba buscaba emular a Buenos Aires, en tanto que ésta hacía lo propio respecto de Europa. Así se festejaban los fastos del centenario, en lo que se entendía como toda una oda al progreso.
Como no podía ser de otra manera, el sistema de explotación y servicios del Hotel Plaza se adecuó estrictamente al de la hotelería francesa: 120 habitaciones con su baño y teléfono, el living tradicional para las familias y el bar como centro de reunión. Las principales comodidades daban sobre calle Buenos Aires, con amplios patios interiores.
Su eslogan promocional, destinado a una categoría exquisita de turistas y visitantes era: “Si no está en el Plaza, no está en Córdoba”.
Su espaciosa confitería fue siempre sitio de convocatoria predilecto de los políticos de todos los partidos, mientras que en el subsuelo tuvo cabida un concurrido salón de billares.
La recova actual, sobre calle San Jerónimo, confiere al edificio un espacio urbano característico, realzándolo e incorporándole un detalle de apreciable valor estético y funcional.
La explotación efectiva del hotel estuvo en manos, desde un principio, de la familia Diez, quienes lo hicieron con gran disciplina y vocación de servicio.
Los Diez recibieron protectoramente a familiares de España en edad infantil amenazados de ser movilizados como reservistas en la “guerra contra los moros”, que promovía el rey Alfonso XIII, para mantener sus posesiones en África.
El primero en llegar, solo y con 12 años, fue Gaspar de Miguel, luego destacado escultor. Lo siguieron sus hermanos Martín y Ramón. Los tres, mientras estudiaban, trabajaban en el hotel. Martín, con el tiempo, sería gerente mientras que Ramón ocuparía la responsabilidad de encargado de cuentas.
En los preámbulos de la Primera Guerra Mundial se alojaría en el Hotel Plaza Theodore Roosevelt, quien fue por siete años y medio presidente de los Estados Unidos.
Su personalidad era arrolladora y polifacética: naturalista, entusiasta de la caza mayor, explorador y soldado –intervino en la guerra de Cuba-, además de haber escrito alrededor de 35 libros y obtenido el Premio Nobel por su mediación para paz de la guerra ruso-japonesa.
En los salones del hotel, el gobernador Ramón J. Cárcano y el intendente Gil Barros le ofrecieron una comida. Roosevelt estaba acompañado de su gran amigo, el sacerdote católico Augusto Zahin –pese a profesar aquel la religión protestante- y del traductor del Ministerio de Relaciones Exteriores, Ernesto Nelson. Las palabras de rigor estuvieron a cargo del ministro de gobierno, Justino César.
Comentario generalizado mereció el pensamiento del ex presidente: “Nadie vale como ciudadano si no posee un fondo recio de cualidades morales”.

En 1918 también se hospedó allí Nicolás Matienzo, designado por el presidente Yrigoyen interventor en la Universidad Nacional de Córdoba, con motivo de los sucesos de la Reforma Universitaria. Matienzo –como ya se lo señaló- fue jubilosamente acompañado en su traslado desde la Estación del Ferrocarril Central Argentino hasta el hotel; y asomado a sus balcones prometió “hacer lo necesario para imprimir ciencia y verdad para vuestra vida universitaria”.
También los ex presidentes argentinos Hipólito Yrigoyen y Marcelo T. de Alvear, cada uno en su momento, pasaron por el Plaza; lo mismo que el binomio radical antipersonalista, opuesto a la candidatura de Yrigoyen, en 1928, integrado por Leopoldo Melo y Vicente Gallo.
Asimismo recaló en el Hotel Plaza el matrimonio Guevara de la Serna, padre y madre del “Che”, quienes habían arribado a Córdoba en busca del aire adecuado para la recuperación de la salud de su hijo de cinco años. Finalmente se instalaron en Alta Gracia.
Francisco Espinosa Amespil, antiguo propietario del complejo, vendió a Egidio Belloni, que había sido dueño del famoso Café del Plata y había adquirido el inmueble después del incendio -1942- que devastó a aquella tradicional confitería. Belloni escindió del edificio la parte donde luego se instalaría el Hotel Nogaró.
El sector correspondiente al Plaza fue vendido a Argüello Yofre y Saporitti, pero ya la riqueza del antiguo equipamiento había decaído. En 1948, Tomás Álvarez Saavedra compra el fondo de comercio y, más tarde, el edificio.
El bar del Plaza, propiedad primero de Francisco Espinosa y luego adquirido por Egidio Belloni, hoy transformado en pasajes, sirvió de lugar de reunión de figuras conspicuas de diferentes partidos políticos, como lo fueron los ex gobernadores Argentino Auchter –primer gobernador justicialista-, Arturo Zanichelli –de la Unión Cívica Radical Intransigente- y Rogelio Nores Martínez, quien también fue rector de la Universidad Nacional de Córdoba.
Los cordobeses, acostumbrados a una sociabilidad que los caracteriza, frecuentaron desde siempre las instalaciones, las comodidades y los entretenimientos que brindaba el conjunto hotelero-recreativo, de tal manera que, ya sea las señoras en los distinguidos salones de té o los hombres en los más animados espacios de bar y billares, disfrutaban de la cómoda oportunidad que les ofrecía el Plaza, para dejar transcurrir momentos de esparcimiento que hacían más agradable la vida de relación.
De todo ese movimiento, que tenía por epicentro la destacada y funcional mole de Buenos Aires y San Jerónimo, merecen rescatarse algunas otras rememoraciones que hacen, a menudo emotivamente, a la historia doméstica de Córdoba.

(*) Abogado-notario. Historiador urbano-costumbrista.
Premio Jerónimo Luis de Cabrera

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