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El gran viaje de Licurgo

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A su término, estableció fórmulas jurídicas que continúan vigentes aún hoy

Por Luis R. Carranza Torres

Sobre Licurgo la historia tiene todas las dudas posibles desde épocas remotas. Pese a ser mencionado por casi todos los historiadores antiguos -como Heródoto, Jenofonte y Plutarco-, todavía no existe consenso respecto del tiempo en que vivió y aun si resulta un personaje que existió realmente.
Nadie puso más en claro la cuestión que el propio Plutarco en su obra Vidas Paralelas: «Nada absolutamente puede decirse que no esté sujeto a dudas acerca del legislador Licurgo, de cuyo linaje, peregrinación y muerte, y sobre todo de cuyas leyes y gobiernos, en cuanto a su establecimiento, se hacen relaciones muy diversas, siendo el tiempo en que vivió aquello en que menos se conviene».
Luego de gobernar Esparta como regente, hasta que el hijo de su hermano pudiera asumir el trono, desechando las ofertas de hacerse coronar rey, se embarcó en un viaje por el mundo antiguo a fin de aprender de las otras ciudades para diseñar nuevas leyes para su ciudad-estado.
Se dirigió en primer lugar a Creta, para examinar el gobierno que allí regía; allí invitó a Esparta a uno de sus mayores sabios y políticos, Tales; en la apariencia, como poeta lírico, de que tenía fama, pero, en realidad, «con el objeto de que hiciese lo que los grandes legisladores: porque sus canciones eran discursos que por medio de la armonía y el número movían a la docilidad y concordia, siendo de suyo graciosos y conciliadores. Así los que lo oían se dulcificaban sin sentir en sus costumbres».

De Creta se trasladó Licurgo al Asia, queriendo contrastar al moderado y austero régimen cretense con el más rimbombante de los Jonios. De paso, allí descubrió varios poemas de Homero guardados por los descendientes de Creofilo, que copió y difundió luego.
Luego -se cree- fue a Egipto, donde quedó impresionado por la separación que hacían de la clase de los guerreros, la que trasladó luego a Esparta.
Antes de volver a Esparta, donde era reclamado frente al estado de desavenencia que existía en la sociedad, fue hasta Delfos, a efectos de consultar a su oráculo. Después del sacrificio, las palabras de la Pitonisa no pudieron ser mejores: «Les llamó caros a los dioses, y dios más bien que hombre», anunciándole que estaba inspirado por ellos para establecer «un gobierno que se había de aventajar a todos».
Alentado por esto, vuelto a Esparta reunió a los principales referentes de la ciudad y los exhortó a que con él tomasen parte en los cambios que se proponían. Político sagaz además de viajero inquieto, antes lo había tratado reservadamente con sus amigos.
Como se expresa en Vidas Paralelas: «Tomó Licurgo con tanto cuidado este primer paso, que trajo de Delfos un vaticinio, a que se da el nombre de Retra y es de este tenor: ‘Edificando templo a Zeus Silanio y a Atenea Silania, conviene que tribuyendo tribus, fraternizando fratrias, y creando un Senado de treinta con los Arqueguetas, tengan éstos el derecho de congregar según los tiempos a los padres de familias entre Babica y Cnaquión, de tratar con ellos, y de disolver la junta». Es decir, el gobierno imperante en su ciudad.
Y como para que todo saliera como pensaba, cuando hubo de hablar en la plaza pública al respecto, encargó a treinta «próceres», según Plutarco, que de madrugada se presentaran allí armados «para consternar e intimidar a los que pudieran oponerse».
Sea por opinión mayoritaria o por tales medidas, la necesidad de efectuar cambios en la sociedad entre los lacedemonios fue la postura adoptada luego de la asamblea.
Entre las muchas innovaciones hechas por Licurgo, la principal fue la creación del Senado, del cual dice Platón que, «unido a la autoridad real para templarla, e igualado con ella en las resoluciones, sirvió para los grandes negocios de salud y de freno». Aún hoy persiste esa idea: la del legislativo como contrapeso del ejecutivo.
Otro de los rasgos jurídicos destacados fue que el nuevo derecho no fuera fruto de leyes dictadas por algún órgano sino de normas, denominadas «Retras», no escritas, que permanecían en el tiempo en virtud de la costumbre.
De tal forma, las normas fundamentales del Estado y la sociedad estarían «cimentadas en las costumbres y aficiones de los ciudadanos, con lo que permanecían inconmovibles». En similar sentido se estableció «para poca entidad y de intereses, que según los casos ocurren ya de un modo o ya de otro, creyó ser lo mejor no circunscribirlos con la necesidad que inducen la escritura y los usos invariables, sino dejarlos para que los así educados juzguen de ellos según las circunstancias, que añaden o quitan; porque todo el negocio de la legislación lo hizo consistir en la crianza o educación».
Aún hoy el sistema del Common Law y el método de los precedentes judiciales para fundar las sentencias siguen tales cánones.
El resto de sus reformas, tanto sociales como políticas, es la Esparta que pasó a la historia. Con sus luces y sus sombras.

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