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El estudio de oro

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Marcó la obligada referencia de una época. Se halla asociado a lo más cultivado, prestigioso y eficiente de esa gran aldea.

Por Luis R. Carranza Torres

Sí, es cierto. En la Córdoba del presente existe un estudio jurídico, al que sus socios y clientes dan familiarmente ese nombre. Nació como una especie de chiste de una socia cuando se fundó, hace unos años. Quedó desde entonces en el imaginario de sus integrantes, convirtiéndose en la denominación de entrecasa.

Pero no es ése el “bufete” al que nos referimos. Hubo otro, en el Buenos Aires de finales del siglo XIX, digno de ser referido por tal mote.

Lo iniciaron, en 1895, Roque Sáenz Peña junto a dos amigos suyos: Carlos Pellegrini y Federico Pinedo. También era el lugar donde otro amigo de ellos, Miguel Cané, el autor de Juvenilia, atendía cuando no estaba fuera del país, en alguna misión relativa a su carrera diplomática.

Se trataban, todos ellos, de personas de influencia y protagonismo en la vida pública del país. Tanto Pellegrini como Roque Sáenz Peña llegaron a la primera magistratura nacional. Pinedo, por su parte, fue intendente de Buenos Aires, primero, y años después ministro de Justicia e Instrucción Pública de la Nación, en 1906.

Si la amistad corría pareja al ejercicio de la profesión, no podían ser más distintos en sus ideas políticas. Roque detestaba a Julio A. Roca y Pinedo fue uno de los que encumbró políticamente al “Zorro”. Pellegrini, por su parte, fue hasta 1901 el principal aliado político del tucumano dos veces presidente de la Nación.

En ningún caso ello afectó la vida diaria del estudio. Y si produjeron chisporroteos en el ámbito de la amistad, tal como sucede en las relaciones francas de afecto, hubo prontas reconciliaciones. Por suerte, la hondura del afecto fungía a modo de antídoto de las distintas pasiones políticas de cada uno.

Situado en la calle Reconquista al número 144, convocaba en su diaria actividad a lo más graneado de la sociedad porteña de entonces, así como a las principales empresas y bancos del país, inclusive extranjeros.

Cabe destacar que, como era el uso y costumbre de la época, la actividad en los estudios jurídicos no se hallaba tan “sectorizada” como en nuestros días. No sólo era un lugar de “prestación de servicios legales”, por decirlo de algún modo. Sumaban a ello resultar una mezcla de comité político y despacho de temas personales, a más de actividad específica.
María Sáenz Quesada, en su obra Roque, en la cual retrata la vida pública y privada de Roque Sáenz Peña, ha condensado varias de las fuentes que dejaron documentada, desde su calidad de testigos presenciales, la actividad de ese mítico estudio de abogados.

Personas, a su vez, nada desconocidas de nuestra historia, tales como Julio Costa -escritor, periodista y gobernador de la provincia de Buenos Aires entre 1890 y 1893-, con Hojas de mi Diario, o César Viale -quien entró como pasante al estudio-, en Estampas de mi tiempo.
Merced a ello puede trazarse un cuadro minucioso e íntimo de la actividad societaria. Pellegrini era la figura convocante en materia de clientes. Atraía su persona, prestigio social e influencia política, un variopinto abanico que iba desde simples pedigüeños, políticos de todas las clases, gentes de negocios, factores y secretarios de las más diversas entidades civiles o sociedades comerciales, y “damas con carta de presentación, o sin ellas”. Pinedo era quien cargaba con el mayor peso, en cuanto a las tareas requeridas al estudio.

Sáenz Peña, denominado según el día y ánimo societario simplemente como Roque, don Roque o “Coronel”, era el más pintoresco de todos los socios. Entusiasta fumador de habanos, pasaba de un lado a otro dejando tras de sí la estela de humo, en forma semejante a las locomotoras de ese tiempo. Su despacho se comunicaba internamente con el de Pinedo y dictaba sus escritos tribunalicios mientras paseaba en diagonal por el lugar, con una mano “napoleónicamente cruzada al dorso, aquilatando mucho sus palabras entre bocanada y bocanada”. Tales imposturas tenían con qué sostenerse. Pocos abogados de su tiempo, y aun del nuestro, podían contar en su haber, entre otras cuestiones, nada menos que con haber consagrado un principio de derecho internacional. Sáenz Peña lo llevó a cabo en la Primera Conferencia Panamericana, ocurrida en Washington. Allí opuso a las pretensiones de Estados Unidos de convertir el continente en un coto comercial cerrado, una postura abierta en las relaciones con los demás países del mundo y en especial con Europa, que se condensó en la frase “Sea América para la humanidad”.

Hoy día, un edificio corporativo se alza en esa misma dirección, mítica para el quehacer jurídico en nuestro país de finales del siglo XIX y principios del XX. Sociedades de bolsa se alternan con algún estudio del ramo. Pero nadie, pese a sus méritos, ha conseguido arrebatar la preponderancia que allí mismo tuvo ese “Estudio de Oro”.

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