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Dos concepciones antagónicas de la Argentina

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“La calidad ética de Íllia y sus claras virtudes cívicas, atributos que sin duda son un símbolo en medio de la podredumbre”.
Ernesto Sábato, 1983.

La quinta edición del diario Crónica sorprendió a sus lectores con un título catástrofe: “El general (Pascual) Pistarini retó a duelo al doctor (Arturo) Íllia”. Ese 21 de septiembre de 1967 ardieron los teletipos y se sucedieron reuniones de emergencia en las redacciones para confirmar la noticia y determinar su ubicación en las ediciones del día siguiente.
La comunidad política, arrullada por los aires primaverales, se conmocionó. La realidad política los ponía en una encrucijada, habida cuenta de que no todos estaban dispuestos a enfrentarse con el gobierno de Juan Carlos Onganía y al ejército. Mucho más cuando Roberto Roth, el alter ego del dictador, en una comunicación telefónica les pidió “no hacer olas”. Razón por la cual muchos descolgaron sus teléfonos para evitar cualquier contacto con un radicalismo enardecido que había ganado el centro de la escena.

Los gremios independientes de Córdoba, que encabezaban Agustín Tosco y Juan Malvar, fueron los primeros en solidarizarse con el presidente Íllia, anunciando de paso “una primavera y un verano caliente y resistente”, mientras sus correligionarios, en el estudio jurídico de María Teresa Merciadri de Morini, entraron en una vana e improductiva disquisición filosófica pese a los llamados a la realidad del doctor Carlos A. Becerra.
Por esos días Arturo Umberto Íllia visitaba la provincia de Santa Fe, en el marco de una gira nacional organizada por un radicalismo resistente, para expresar su repudio a los salteadores de caminos que habían usurpado el poder en junio de 1966. El día 17 arribó a la ciudad de Rosario. Uno de esos actos consistió en un multitudinario almuerzo que reunió más de 1.500 comensales en el restaurante Río III de la ciudad de Funes, encuentro presidido por el presidente constitucional que estaba acompañado en la cabecera por Carlos Perette, Ricardo Balbín, el ex gobernador Aldo Tessio, Juan del Matti, Salvador Damiani, Eugenio Malaponte y Roberto Pascual.

A la hora de los discursos, todos apasionados y vibrantes, Íllia recordó los hechos que rodearon su caída y el discurso de Pascual Pistarini el 29 de mayo de 1966, Día del Ejército. Arenga que utilizó el jefe militar para asegurar que en la Argentina existía un vacío de poder y una figura presidencial inexistente. Cuando el Presidente de la Nación le recriminó sus palabras, el comandante en jefe del Ejército respondió con vaguedades, “por lo que reiteré la pregunta que no contestó con entereza ni con hombría”, afirmó don Arturo.
Pistarini se sintió afectado por esos dichos y envió a la residencia temporaria de Íllia en la calle Prilidiano Pueyrredón 653 –la casa de su hermano Ricardo- como sus representantes al doctor Ismael Quijano y al general de brigada (r) Carlos Mosquera para exigir una inmediata retractación.
Impuesto del reto caballeresco, Arturo Umberto Íllia designó como sus padrinos a su canciller Miguel Ángel Zavala Ortiz y al general de división (r) Carlos Augusto Caro. Reunidas las partes en conflicto, por intermedio de sus representantes o padrinos para establecer las reglas del lance, se aceptó como legislación de fondo el Código de Honor Comentado de José Rivanera en su edición de 1954. Solucionada esta cuestión formal, los padrinos de Pistarini expresaron sus pretensiones ya que su mandante sentía que había sido menoscabado cuando Íllia afirmó que el militar “no contestó con entereza ni con hombría”.

Zavala Ortiz y Carlos Augusto Caro –el único jefe de cuerpo leal a la Constitución y detenido por Pistarini en los sucesos de junio de 1966- sostuvieron la tesis de la continuidad del mandato presidencial, a pesar de los usurpadores, y, en virtud de ello, el Presidente en ningún caso debe ni puede batirse a duelo con un subordinado, y Pistarini lo era. Además de carecer de las condiciones esenciales de caballero por desleal e infiel al romper y violar su juramento de defender la Constitución. Y si, en el negado caso de que haya habido “animus injuriandi” no se le reconoce, puesto que quien injurió fue Pistarini al atacar a la Constitución Nacional y a las autoridades por ella creadas.
El presidente Íllia, en tanto, recibió las visitas de Ricardo Balbín, Raúl Ricardo Alfonsín –presidente del Comité de la Provincia de Buenos Aires- y una delegación de dirigentes notables integrada por Fernando Solá, Héctor Hidalgo Solá, Carlos Perette y Pedro Casado Bianco, mientras una fuerte columna de la Juventud Radical – a la que se sumaron los vecinos de Martínez- que aspiraba abrigar con su presencia al “Viejo”, se enfrentó en dura refriega con la Policía de la provincia de Buenos Aires, reforzada por la Policía Federal y un contingente de la Gendarmería Nacional.

Un hecho nuevo, inesperado, alteró la escena y sacudió rudamente al radicalismo de Córdoba que nada dijo. Martín Arturo Íllia, hijo mayor del Presidente, se enteró de los sucesos y viajó presuroso a Buenos Aires. Allí se entrevistó largamente con Miguel A. Zavala Ortiz y le instruyó: “Mi padre es anciano. Asumo como primogénito su representación. En calidad de ofendido elijo armas; pistola 45 a cargador completo. Comuníqueselo a los representantes de Pistarini”.

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