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Barrio Los Paraísos o la gestión de la confianza (I)

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Por Carlos Ighina (*)

Al oeste de Alta Córdoba, desde principios de la década del 40, como conglomerado urbano en permanente desarrollo se encuentra barrio Los Paraísos.
Si siguiéramos la hipótesis de monseñor Pablo Cabrera podríamos decir que la expedición fundadora de don Jerónimo Luis de Cabrera habría pasado por sitios muy próximos al actual barrio Los Paraísos en su descenso hacia el río desde el embalse de agua de Ministalalo, la luego laguna de Santo Domingo, en las cercanías de lo que se conocería después como Río Ceballos; o si nos remontáramos a la lógica inspiración de Bischoff, bien podríamos imaginar a los fugitivos de la batalla de La Tablada, en 1829, a galope tendido por los mismos vírgenes terrenos, huyendo de la persecución de las tropas de Paz, después de la derrota de las huestes coaligadas de Facundo Quiroga y Juan Bautista Bustos.
Pero, más allá de esos sucesos y pasando por mercedes hispánicas y estancias a las puertas de Córdoba, con apenas algunos ranchos y abigarrados montecillos de casi olvidadas especies naturales, es necesario que nos detengamos en la primera mitad del siglo pasado, cuando los terrenos del sector eran ya propiedad de doña Jacoba Malbrán de Escarguel.
Precisamente a partir de esa propiedad, un hijo de doña Jacoba, Julio Alfredo Escarguel Malbrán, asociado con otros empresarios de bienes raíces como Antonio Freixas (h), Luis Novillo Martínez y José María Buteler (h), presenta a la Municipalidad de Córdoba, cuyo intendente era el doctor Donato Latella Frías, un proyecto de loteo que merece la aprobación del Departamento Ejecutivo, mediante decreto del 23 de octubre de 1942.
Este precedente da origen a la ordenanza del 9 de diciembre del mismo año, refrendada por el entonces presidente del Concejo Deliberante, don José A. Corsi, y por el secretario de ese cuerpo legislativo, J. Brower de Koning, que incorpora a la planta urbana general del municipio, con la denominación de “Barrio Los Paraísos” -en clara alusión a los árboles de paraíso que poblaban sus calles como consecuencia de los trabajos de urbanización- a las mencionadas tierras de los Escarguel, ubicadas en los suburbios noreste de la ciudad.
La ordenanza puntualiza que se aprueban los planos presentados pero no así la nomenclatura de sus calles propuesta por los loteadores, pues la facultad de designar el nombre de las calles estaba reservada al Concejo Deliberante..
Además, el instrumento impone a los recurrentes la obligación de escriturar a favor de la Municipalidad tanto el terreno destinado a plaza pública –solar que luego sería designado con el nombre de Arturo Jauretche, en 1973, bajo la administración del intendente Ávalos- como las calles y el arbolado -los famosos paraísos- que figuraban en el referido plano.
Finalmente, señala como advertencia que previo a la escrituración que se haría por ante el escribano público municipal que resultare elegido, los responsables del negocio inmobiliario deberían ponerse al día con el pago de los impuestos municipales que adeudasen los terrenos.
Sin embargo, poco más de un año más tarde, el 12 de enero de 1944, una resolución firmada por P. Sastre y R. Bustos Morón establece: “Pasar las presentes actuaciones a la Oficina de Padrones y Catastro a los efectos de que no se otorgue ningún permiso relacionado con los terrenos de que se trata en el presente expediente”, a mérito de que los recurrentes no habían cumplido con la escrituración de los terrenos dentro de los sesenta días de promulgada la respectiva ordenanza.

Pero, con el papeleo de rigor, los obstáculos se fueron disipando y la urbanización de Los Paraísos pudo llevarse a cabo.
Las manzanas, de características rectangulares, se fueron alineando apuntando a la gran vía de boulevard Los Granaderos, cuya importancia fue determinante para el progreso del sector.
Allá por los tiempos pioneros de la aviación comercial en Córdoba, los primeros contingentes de pasajeros en los vuelos de cabotaje desfilaron una y otra vez por ese necesario camino que, naciendo junto a los límites de Alta Córdoba, les daba la despedida o les señalaba el arribo a la ciudad de las campanas.
Eran tiempos de visionarios, como los que fundaron la Aeroestación de Pajas Blancas o como aquellos que se afincaron a la vera del boulevard, atreviéndose a emplazar sus comercios en medio de la depresión de los baldíos.
Se ha dicho que el actual vigor comercial de boulevard Los Granaderos es fruto de la confianza en el futuro, pues los primeros pronósticos fueron francamente desfavorables. No obstante, a pesar de ello, hubo comerciantes que siguieron una íntima corazonada e instalaron sus mostradores en lo que parecía la desolación económica.
Y al ritmo de esta fe puesta en obras, el boulevard creció como crece el río con el aporte de nuevos caudales. Así se hizo grande, potente, generador. Se transformó en un río padre en cuyas riberas crecieron las casas y se forjaron los nuevos barrios.
Los establecimientos comerciales se sucedieron numerosos y la presencia de instituciones bancarias fue dando un índice halagüeño de la movilidad operativa. De pronto, todo se vuelve dinámica y afanoso trajín, en especial en las doce primeras cuadras que distan desde el nacimiento hasta el cruce con la avenida Monseñor Pablo Cabrera.

Abogado-notario. Historiador urbano-costumbrista. Premio Jerónimo Luis de Cabrera

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