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Balance de un holocausto consentido

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 Por Silverio E. Escudero

El año 2017 finaliza. Los balances acostumbrados de cada final de año están en marcha.
De todos ellos hay uno que golpea con rudeza la conciencia de la humanidad. En nada hemos podido mejorar las cifras del hambre, la pobreza y la incidencia de las enfermedades concomitantes. Pese a los esfuerzos desplegados por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y miles de organizaciones humanitarias –civiles y/o religiosas- que, junto a su voluntariado, se baten con denuedo en el frente de batalla.
Las cifras de la pobreza -las de los pobres registrados- son monstruosas. Según la FAO, en 2016, en el mundo, el hambre afectó a 815 millones de personas, cifra que se compara negativamente con el número de personas registradas en 2015, que fue de 777 millones. Esto implica que, en el mundo, el año pasado el número de personas afectadas por el hambre se incrementó en 38 millones. Los datos provisionales correspondientes a 2017 avisan del agravamiento del cuadro general. Este año agregará al balance, apenas, 80 millones más.
Cifras que resultan casi imposibles de comprender por su gravedad. Aun para aquel antiguo ministro que se negó a brindar las cifras argentinas de la pobreza porque estigmatizan a los pobres mientras desguazaba el sistema oficial de estadísticas, sobre el que se basan las acciones de los organismos multilaterales. Decisión que, pese a la grita general, no tuvo visos de originalidad. Imitó la conducta de los medios de comunicación que prefieren dedicar enormes espacios al glamour y la tontera que a atender los problemas que afectan el futuro del hombre sobre la tierra.

Cuando la tragedia escala y gana las primeras planas comienza la danza de ayes y lamentaciones. Supuestos expertos pueblan las pantallas donde debaten, diagnostican sin formular propuestas razonables para atacar los males crónicos que nos afectan. Los gobiernos adoptan conductas similares. Se superponen las investigaciones administrativas, organizan ineficientes comisiones parlamentarias y se gastan valiosos recursos para copiar y pegar antiguos documentos para simular hacer.
Serán, entonces, pocos los que intentarán explicar que el hambre sistémico es consecuencia de las injusticias del sistema capitalista y de la división internacional del trabajo. Advirtiendo, que si no se toman medidas urgentes, nos encontraremos ante el horizonte final que plantea el subdesarrollo.
En definitiva, estamos frente a un drama humanitario global.
El proyecto Hambre de las Naciones Unidas estima que en el mundo unas 800 millones de personas viven con un máximo de US$1,25 diarios y no menos de 10 millones mueren cada año por desnutrición crónica.
La mayor parte de este castigado segmento de indigentes habita Asia y el norte de África. Escenarios críticos donde las hambrunas se superponen sin solución de continuidad.
No sólo se deben a factores climáticos, como sequías o recalentamientos exacerbados por el cambio climático, sino también a conflictos bélicos raciales y religiosos que diezman los recursos y provocan un enorme flujo de desplazados que viven en condiciones infrahumanas. Tal como ocurre en las principales concentraciones de hambrunas que se dan en Sudán del Sur, Nigeria, Somalia y Yemen, con alrededor de 15 millones de famélicos (50% del total).
Este horror ha llevado a algunos analistas a definir este año como el más trágico de la historia, como el de las cuatro hambrunas.

Nadie puede sentirse sorprendido que haya hambruna en la región del Sahel, ni en Sudán del Sur, en medio de un conflicto civil desde 2013, ni en Yemen, con una guerra sangrienta desde hace dos años, ni por supuesto en Somalia, una de las zonas más golpeadas desde los años 90.
Que coincidan cuatro grandes crisis alimentarias en el planeta es inaudito en un mundo donde se tiran al día miles de toneladas de alimentos en perfecto estado.
Es preciso que los gobiernos y/o las fuerzas internacionales pongan coto –de una vez y para siempre- a la voracidad de los traficantes de granos. No sólo porque especulan y alzan artificialmente los precios sino también porque entregan millones de toneladas de mercaderías en mal estado.
Pese a las afirmaciones de los fanáticos religiosos, las hambrunas no son maldiciones bíblicas, como no lo son plagas, sequías o inundaciones.
Deben relacionarlas todas con el hombre. Razón por la cual las convierte en algo mucho más difícil de erradicar.
Cerca de 1,4 millones de niños están en riesgo inminente de muerte por malnutrición severa.
Nunca antes en los últimos 20 años tanta gente está en peligro de muerte inminente. Un auténtico fracaso como especie.
James Elder, director de comunicación de Unicef para África del Sur y del Este, asegura: «Somalia, Nigeria, Sudán del Sur y Yemen sufren el conflicto persistente de una u otra forma, además de sequías muy severas y niveles endémicos de desnutrición infantil e inseguridad alimentaria. Otro factor en común es la ausencia de programas humanitarios de largo recorrido en todos ellos».
En todas estas zonas, la ayuda de las ONG y las organizaciones internacionales pueden contribuir a paliar en algo la crisis, pero nunca a solucionarla del todo.
Chiara Saccardi, jefa del equipo de Emergencias de Acción Contra el Hambre, cree que las herramientas humanitarias no bastan para acabar con estas hambrunas. “La responsabilidad es sobre todo política y la tienen otros. La soberanía de estos países tan inestables no se resuelve de la noche a la mañana», afirma.

En todas estas zonas, la ayuda de las ONG y las organizaciones internacionales pueden contribuir a paliar en algo la crisis, pero nunca solucionarla del todo. Chiara Saccardi, jefa del equipo de emergencias de Acción Contra el Hambre, cree que «las herramientas humanitarias no bastan para acabar con estas hambrunas. La responsabilidad es sobre todo política y la tienen otros. La soberanía de estos países tan inestables no se resuelve de la noche a la mañana».
El mejor ejemplo es Sudán del Sur, un país fértil donde 100.000 niños pueden morir de hambre en las próximas semanas. La razón es que tanto el Gobierno como los rebeldes impiden el reparto de comida en las zonas que ambos controlan, provocando así hambrunas inducidas, un método ya usado por Stalin en Ucrania en los años 30. Desde al menos hace un año los datos de mortalidad infantil ya eran lo suficientemente preocupantes como para que Naciones Unidas hubiera decretado el estado de hambruna. En cambio, por una decisión política, esto se ha demorado para no liberar los fondos necesarios por estar reorientados al sostenimiento de la guerra en Siria e Irak. Muchas ONG han congelado sus programas por culpa de la violencia y la limpieza étnica que gobierno y rebeldes practican en el país. No hace falta sólo comida, hace falta que permitan que se reparta. El Programa Mundial de Alimentos realiza enormes esfuerzos para lanzar sacos de grano desde sus aviones a áreas aisladas.
La tragedia está anunciada desde hace años y se cumple escrupulosamente. En Nigeria, Boko Haram quema aldeas, saquea graneros, mata a los hombres y secuestra a niños y mujeres. «Estamos ante el peor año de El Niño, el fenómeno climático, en 35 años. Eso provoca una gran sequía en estos países, pero la mano del ser humano no puede ser más mortífera», dice Elder. La violencia yihadista en el norte del país provocará 450.000 casos de desnutrición severa a una población que huye.
Somalia ya vivió la primera hambruna en 2011, y puede vivir otra este mismo año. Pero lo que ya sufre se acerca bastante. Se trata de un estado fallido golpeado por más de 20 años de guerra civil, yihadismo y desertización. La ONU calcula que unos 185.000 niños padecerán desnutrición severa. Por último, en Yemen, 462.000 niños sufren este problema, casi un 200% más que en 2014, debido a un conflicto que dura ya dos años. invented by Teads

Los Objetivos para el Desarrollo Sostenible (ODS) que plantean terminar con el hambre para 2030 parecen muy difíciles de cumplir. La FAO y la Organización Panamericana de la Salud (OPS) advierten que el hambre aumentará gravemente en América Latina. La eliminación de los programas de asistencia, en nombre de la eficiencia económica, es una decisión compatible con el genocidio.

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