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Artigas y su reivindicación en ambas orillas

Roberto Ferrero Exclusivo Comercio y Justicia
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Por Roberto A. Ferrero *

Después de la precursora reivindicación de Isidoro de María, en 1884 el gobierno uruguayo del presidente Máximo Santos rendía homenaje público al general José Gervasio Artigas, y desde Buenos Aires los liberales duros y puros del mitrismo comentaban en el diario Sud América: “Apoteosis de un bandolero”.
Ante la ofensa, el abogado Carlos María Ramírez les contestó apabulladora y documentalmente desde Montevideo en defensa del prócer. En la misma línea, escribirían luego orientales ilustres como Francisco Bauzá (“colorado”) y Luis Alberto de Herrera (“blanco”). Además, Eduardo Acevedo, José Zorrilla de San Martín, Clemente Fregeiro, Hugo Barbalelata, Enrique Rodó, Eduardo Demichelis, Real de Azúa, Zum Felde, Reyes Abadie, José Pedro Barrán y decenas más.
Artigas quedó rehabilitado para siempre en la República del Uruguay como un patriota íntegro y batallador, precursor de la justicia social y del federalismo, y héroe de las luchas contra los españoles, los portugueses y los porteños que llenaron la primera década independiente.
Pero esa reivindicación era simultáneamente una “apropiación” histórica localista, digamos así, porque el caudillo entraba para quedarse en la historia uruguaya, pero seguía permaneciendo fuera de la argentina. Vicente Fidel López y Bartolomé Mitre -fundadores de nuestra historiografía moderna- lo habían expulsado de la historia nacional y ni los historiadores que comenzaban a elaborar el revisionismo histórico se animaban a reintroducirlo en ella.
Alberdi sí lo había hecho, con razones de peso, pero el tucumano era un proscripto, odiado por Mitre y condenado al igual que su defendido. Adolfo Saldías, en los capítulos iniciales de su magna “Historia de la Confederación Argentina” (1881-1887) menciona a Pancho Ramírez y Estanislao López, pero ignora completamente a Artigas, que fue el inspirador de sus esfuerzos, y David Peña, en sus conferencias de 1903 reivindicó a Juan Facundo Quiroga, pero se horrorizaba y negaba que su biografiado hubiese estado filiado a las ideas federalista del Jefe de los Orientales, pese a la confesión misma del Tigre de los Llanos.

Nadie se animaba a desafiar a Mitre y la leyenda negra que él había creado en torno a Artigas persistía. Su reivindicación entre los argentinos se demoraba. Los revisionistas de los años 30 no se ocuparon de él, en general, porque su interés esencial estaba centrado en la rehabilitación de Juan Manuel de Rosas: en el clima de autoritarismo y fascismo de aquellos años de la Década Infame, los escritores nacionalistas (casi todos miembros de segunda línea de la aristocracia argentina) creían encontrar en el Restaurador el prototipo del Duce argentino que el país necesitaba.
Entre los pocos que se ocuparon del caudillo uruguayo se contaba el revisionista correntino Justo Díaz de Vivar, que en 1935, en su libro Las Luchas por el Federalismo, le dedicó algunas páginas elogiosas.
La verdad comenzaba a abrirse paso entre nosotros. Cada vez serían más los estudiosos, investigadores e historiadores de ambas orillas del Plata que fueron comprendiendo la gesta de Artigas, la unidad orgánica de la historia rioplatense y la naturaleza del artiguismo como primer movimiento nacional y popular de las Provincias Unidas del Río de la Plata, hoy Argentina sin Uruguay.
Pero fue sobre todo en los años 60 y 70, en el clima de fervor popular y alza de masas que reinó en aquellos gloriosos años, que se produjo en nuestro país un verdadero boom de reivindicación de don José Gervasio Artigas como caudillo argentino. Ya en 1961, hasta un historiador bastante liberal como José Carlos Astolfi (autor de manuales escolares post 1955) calificó a Artigas de “argentino por su decisiva gravitación en el carácter federal de nuestras instituciones”, y en 1963, desde Córdoba, el profesor Alfredo Velázquez Martínez lo presentó como gran caudillo federalista de las provincias y de las “masas ígnaras” con las que simpatiza el autor de Federalismo y montoneras. Un año después, Federico Ibarguren pronunciaba una conferencia acerca de “José Gervasio Artigas, adalid de la Independencia argentina”.

En su edición de 1965, en su extraordinario libro reinterpretativo de la historia y la política nacional que tituló Revolución y Contrarrevolución en la Argentina, Jorge Abelardo Ramos dedicó un capítulo íntegro -el tercero, Artigas y la Nación en armas- a la gesta de los orientales y su excepcional jefe, capítulo que dedicó a sus amigos uruguayos Alberto Methol Ferré, Carlos Real de Azúa, Vivían Trías y José Claudio Williman. En 1966, Félix Luna, por su parte, en la semblanza dedicada al Protector en su repetidamente editado libro Los caudillos, afirmó también que Artigas “fue entrañablemente argentino” y que “toda su lucha estuvo enmarcada en el contexto nacional, del que jamás quiso salir… Artigas jamás aceptó la idea de hacer de la Banda Oriental un estado segregado de la antigua comunidad virreinal”. En 1969, un antiguo forjista, René Orsi, en Historia de la disgregación rioplatense, ratificaba la carta de ciudadanía rioplatense y, por tanto, argentina para el Protector. Luego, hace ya 45 años, en 1972, el gran historiador Antonio Pérez Amuchástegui estableció con todas las letras: “La insurrección de la Banda Oriental no es un acontecimiento ajeno a la historia argentina, aunque la posterior segregación del Uruguay pueda confundir las perspectivas de algunos historiadores aferrados a un localismo porteñista que desvirtúa la realidad nacional de la segunda década del siglo XIX. Es imprescindible tener en cuenta que hasta 1828 la Banda Oriental era una provincia más de la nación rioplatense, y que las vicisitudes acontecidas en ese distrito son, por lo mismo, parte inseparable de la realidad histórica argentina. De allí que nuestra historia no pueda considerar ajena la figura prominente de José Gervasio Artigas, el primer caudillo argentino…”.
En 1974 el ensayista santiagueño Luis C. Alén Lascano dio a luz su notable ensayo Artigas: Héroe argentino en nuestra más longeva revista de la materia, “Todo es Historia”, que dirigía justamente Félix Luna; en 1975 un uruguayo, Carlos Machado, publicaba en la Argentina su folleto Artigas, el general de los independientes, en la Colección de la revista porteña “Crisis”, y poco más tarde, en 1976, el investigador correntino Salvador Cabral presentaba su libro sobre el tema, que llamó Artigas como caudillo argentino.
Esta “inflación” de artiguismo, esta tendencia de la fracción nacional-popular de los historiadores argentinos a “apropiarse”, digamos así, de la gran figura del caudillo, causó cierta molestia por aquellos años entre los colegas uruguayos que tenían a Artigas como fundador de la nacionalidad oriental.

José Pedro Barrán, por ejemplo, en la famosa revista “Marcha” de Montevideo, se quejó de que Artigas “no es un líder argentino y calificarlo de tal forma […] es una apropiación histórica indebida”, aunque admitía que tampoco tenía mucho sentido “la orientalización absoluta que los uruguayos hemos realizado de él”.
En síntesis: Artigas no es ni lo uno ni lo otro de modo terminante, sino un caudillo rioplatense, patrimonio compartido de ambas orillas.
Bien entendido que al hablar de “rioplatense” no se habla solamente de las dos orillas del Río de la Plata, sino de los cuatro países del Virreinato del Río de la Plata, que Artigas buscaba preservar en su unidad, tanto que siempre trató de sumar a su causa al Paraguay y a las cuatro provincias del Alto Perú (hoy Bolivia), países éstos a los que envió en varias ocasiones emisarios y proclamas.

* Ex presidente de la Junta Provincial de Historia de Córdoba

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