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América Latina y el neocolonialismo de André Gunter Frank

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América Latina vive una hora crucial. La grita ensordecedora de los supuestos protagonistas de una revolución fundadora del nuevo socialismo oculta un nuevo fracaso. No han sido capaces de construir los instrumentos necesarios para contrarrestar los empujones del capitalismo. Otra vez se optó por el fácil recurso del distribucionismo.

Quienes optaron por esa receta favorecieron la consolidación del subdesarrollo. Hicieron suyos los vicios que decían combatir. Perduraron en sus propuestas elementos arcaicos, feudales, propios de la conquista española. Acentúan su ligazón con el sistema capitalista que, a la postre, ha sido –y es- la solución que ofrecen a nuestros males endémicos.

Actualmente, los latinoamericanos hemos vuelto a comprender que la raíz del atraso radica en nuestra constante vinculación con el sistema capitalista. El subdesarrollo no es la antesala del desarrollo como quiere hacer creer una clase política que, a poco de andar, deserta de sus convicciones. Se transforman en “revolucionarios conservadores”. Declaman su adscripción a un sistema que viene a perturbar el orden establecido pero terminan abrazados, casi con desesperación, al Consenso de Washington o sus sucedáneos.

La historia latinoamericana es rica en ese tipo ejemplos. Se les ha visto jurar frente a multitudes y decir de ellos mismos que eran la personificación de la revolución pendiente y no tenían precio. Sin embargo, no sólo se transformaron en agentes de la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos sino que entregaron a sus naciones a la voracidad del capital extranjero.

El debate en procura de la liberación de América Latina ocupó la preocupación de generaciones. La masonería, frente a la claudicación de Simón Bolívar, ocupó la vanguardia. Sus talleres, a lo largo y ancho del continente, fueron el escenario de las mayores discusiones que se volcaron al resto de la sociedad. El chileno Francisco Bilbao fue el gran impulsor. “El Evangelio Americano” le sirvió para reflexionar acerca de la lucha por la libertad, igualdad y justicia en América Latina. Cuestión que adquirió perfiles intensos cuando Estados Unidos se apropia de Puerto Rico y Cuba. La reacción la encabezan Rubén Darío, Amado Nervo, Roque Sáenz Peña, Manuel Ugarte. José Enrique Rodó y Ángel Floro Costa, entre muchos otros

En la segunda mitad del siglo XX, la batalla por la liberación de América Latina adquiere nuevas aristas. Al compromiso de los combatientes se suman intelectuales de la talla de Vania Bambirra, Marco Aurelio García, Ruy Mauro Marini, Emir Sader, Theotonio dos Santos, Tomás Vasconi y los académicos chilenos como el teólogo Gonzalo Arroyo SJ, José Bengoa, Orlando Caputo, Marta Harnecker, Julio López, Jaime Osorio, Roberto Pizarro, Jaime Torres y José Valenzuela Feijóo, entre otros.

Quizás sea el alemán André Gunder Frank quien funda mejor la teoría de la dependencia. Explica que la sociedad mundial ha desarrollado una dinámica centro-periferia en la que los países subdesarrollados han quedado condenados al papel de proveedores de materias primas. Ése ha sido siempre el papel de Latinoamérica y ese rol es el que ha bloqueado su desarrollo. La burguesía latinoamericana, debido a la forma en que ha crecido y se sostiene, es la primera interesada en mantener relaciones de dependencia.

A pesar de sus viajes por América Latina y su conocimiento en detalle de la tragedia del continente, Frank subestima la influencia que los pensadores latinoamericanos tuvieron en su propio desarrollo intelectual; afirmaba que él había tenido más influencia sobre los pensadores latinoamericanos de lo que ellos habían llegado a influir sobre él. Sea como fuere, no hay duda de que los movimientos revolucionarios que ocurrieron en esa época en América Latina lo marcaron a fuego.

“Su reputación como pensador progresista aumentó mucho más, sobre todo entre jóvenes sociólogos y antropólogos –escribe Cristóbal Kay en la Revista Mexicana de Sociología- , por su devastadora crítica a la teoría de la modernización, que en esa época era la perspectiva dominante en el campo de la sociología del desarrollo.

En su extenso artículo, que fue rechazado por muchas revistas académicas de renombre, y al final fue publicado en la poco conocida revista de la Universidad de Buffalo, critica de manera sistemática las premisas principales de la teoría de la modernización planteada por figuras tan prominentes como Talcott Parsons, Bert Hoselitz, Wilbert Moore, Everret Hagen, Daniel Lerner, David McClelland y Walt Whitman Rostow (…) Frank los reprobaba por su dualismo y ponía en duda su tesis de que las sociedades que ahora están desarrolladas en algún momento fueron subdesarrolladas, y que el subdesarrollo es la etapa original de las supuestas sociedades tradicionales.

También criticó la tesis difusionista, según la cual los países subdesarrollados y sus sociedades tradicionales gradualmente se vuelven países modernos y desarrollados al relacionarse con las sociedades modernas y las economías capitalistas desarrolladas. Para Frank, esos vínculos entre los países desarrollados y los subdesarrollados no eran la solución sino el problema, pues perpetuaban el subdesarrollo de estos últimos países; de este modo, puso de cabeza la teoría de la modernización y abrió el camino para nuevos análisis de las relaciones entre países desarrollados y subdesarrollados”.

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