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América Latina, el dulce continente mestizo, en busca de su identidad

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Por Silverio E. Escudero

América Latina transita un extraño y complejo debate que hace hincapié en un sinnúmero de factores políticos, sociales, económicos, etnoculturales y geográficos en un intento de demostrar que la unidad del continente es una realidad tangible. Esfuerzo que se ha visto bombardeado por aquellos que niegan la evolución de los pueblos y pretenden retrotraer la historia para adaptarla a sus intereses políticos circunstanciales.
Desconocer la identidad mestiza del hombre latinoamericano, de este hombre continental que ha forjado con sangre, sudor y lágrimas a todas y cada una de las naciones que se levantan al sur del rio Bravo de los mexicanos es un verdadero dislate. Es desconocer su –nuestra- propia esencia.
Por eso, desde esta atalaya mestiza, forjada en miles de entreveros pasionales acunados en los cambiantes paisajes de este maravilloso continente, venimos a instar al debate para avanzar en un diálogo múltiple, rico y diverso. Tan rico y diverso que necesita algunas respuestas indiciarias no contenidas en la superficie de los discursos políticamente correctos.
Amparados en el individualismo heredado de nuestros ancestros latinoamericanos, de hombres y mujeres capaces de jugarse la vida a tiro de taba, nos atrevemos a formular algunas (de las miles) preguntas pendientes: ¿Qué une o separa al gaucho de la pampa argentina del llanero venezolano o del charro mexicano? ¿Y a éstos con el roto chileno y los colochos colombianos quienes, al parecer, tienen un lazo placentario diferente del resto de los habitantes latinoamericanos? ¿Por qué el continente da la espalda a la tragedia colonial de Puerto Rico? ¿O al exterminio que viven nuestros hermanos haitianos? ¿Será por su condición de negros o es el precio que deben pagar por haber sido uno de los precursores de la independencia americana? ¿Qué decir de la identidad de los bolivianos con hondas raíces preincaicas que los hace distintos en el concierto latinoamericano?
De las respuestas que logremos dependerán las definiciones de carácter continental, de unidad de miras hacia el futuro. Un futuro que parece controversial por el comportamiento “provinciano” de los gobiernos que se escudan detrás de las fronteras para no ser la poderosa potencia bioceánica que enunció, a mediados del siglo XIX, en nombre de la masonería americana, el chileno Francisco Bilbao. Propuesta que superaba en profundidad a la realizada por Simón Bolívar en el Congreso Anfictiónico de Panamá que el propio Libertador, con su sueño dictatorial, se encargó de dinamitar.

Así, la brecha entre los pueblos de América Latina cada día es más profunda. Tan grande que motivó la preocupación de pensadores de la talla de Ezequiel Martínez Estrada, que trató -en plena Guerra Fría- de tender nuevos puentes con su monumental cuanto desconocida Diferencias y semejanzas entre los países de América Latina. Estaban –y están- de por medio la conducta de los pueblos y gobiernos frente a las imposiciones de Washington.
Mientras México y las naciones de América Central y el Caribe enfrentan diariamente –casi con alegría- al monstruo, aun a sabiendas de que la derrota en el campo de batalla es una posibilidad concreta. Las naciones del sur, en especial, la República Argentina, hacen gala de un antiimperialismo gestual, grandilocuente, que se desvanece en el aire cual pompas de jabón, mientras sus gobernantes –salvo un puñado muy pequeño de presidentes- se postran ante el presidente de Estados Unidos, los organismos multilaterales de crédito y los ejecutivos de las grandes multinacionales que operan en Wall Street.
Diferencias que aprovecha “El Imperio” para ejecutar el mayor saqueo continental de que se tenga memoria con la complicidad necesaria de la burguesía nativa que se presume racialmente superior y que gasta millones de dólares en blanquear sus rasgos mestizos -mediante casamientos de conveniencia con la decadente realeza europea-, las estructuras gubernamentales y las fuerzas armadas que han sido, y son, fuente de legitimación del poder.
Así, mientras se combinan el miedo y la resignación, muchos siguen soñando que es posible considerar América Latina “un posible país, íntegro y solidario, donde cada uno de nosotros aporte su responsabilidad, su honestidad, su compromiso” porque, como lo señala el colombiano William Ospina: «La América Mestiza es hija de muy hondas y complejas civilizaciones y tiene el deber de recibir lo mejor de todas ellas. Ante el mero mensaje de la productividad, que no deja espacio para la vida ni para la imaginación, o ante el terrible mensaje del poder, que quiere ver a los humanos sometidos a una disciplina agobiante, nuestros pueblos tienen ante sí sólo dos imperativos fundamentales: el imperativo de sobrevivir, como lo dictan las más hondas leyes de la naturaleza, y para lo cual es necesario salvar también ese universo natural del que dependemos, y el imperativo de buscar la felicidad, la belleza y la armonía”.
A pesar de que el mestizaje, al decir del historiador británico Hugh Thomas, fue “la mayor obra de arte lograda por los españoles en el Nuevo Mundo.” Aunque existen segmentos de la población que no mira la realidad con la misma lente. Proclaman el retorno a un pasado imposible gestado en el aislacionismo, en el cerrar las fronteras, en la expulsión de colonias que migran frunciendo el seño frente a los miles de desplazados. Así, la desunión, como expresión de política menuda, con sus miserias y bestialismos, obstruye los caminos al entendimiento, a la integración cultural y a la búsqueda de los consensos que lleven a la construcción de un destino común, mientras florecen proyectos políticos que condenan, por ejemplo, los matrimonios y parejas interraciales.

Polémica que divide aguas y desnuda sanas contradicciones –como señal de madurez- en pensadores de la talla del maestro mexicano Leopoldo Zea (LZ). El Zea joven, en1945, afirma que América no necesita pensarse porque “no había tenido necesidad de una cultura que le fuese propia, cómodamente había vivido a la sombra y de la sombra de la cultura europea (…) El americano se sentía seguro al abrigo de una cultura que se le presentaba con el carácter de universal validez”.
LZ, más tarde, y ahí está su riqueza intelectual, no teme mostrar sus llagas. Redescubre lo indígena y revaloriza lo mestizo. Es que siente en sus entrañas la crisis del pensamiento europeo, la crisis del pensamiento occidental. Repiensa su propio paradigma y sus circunstancias, ahora desde la perspectiva de la cultura latinoamericana frente a las asperezas que planteaban tanto el fascismo y el nazismo como los totalitarismos que florecieron en Europa y América Latina.
LZ y su crítica a la interferencia foránea en los asuntos latinoamericanos, particularmente por Estados Unidos, abre puertas a una polémica profunda. Pero topa con su límite cuando los retos vienen desde el propio entresijo de Latinoamérica en especial de sectores que ideológicamente obstruyen, desde su concepción colonialista, el desarrollo de la historia profunda del gran Estado-Nación.
Así, la doble experiencia latinoamericana, la originada en los proyectos de la expansión eurooccidental y la de sus propios proyectos, dará origen al planteamiento de un nuevo proyecto. “El proyecto que se propondrá recuperar la realidad propia de esta América, asimilándola y asumiéndola. Porque será a partir de ésta su absorción y asunción que se pueda plantear la posibilidad de cambiar la realidad dependiente por otra libre en que se esquiven los errores del pasado. Tanto los errores propios del conservadurismo, empeñado tan sólo en mantener el pasado; como los errores del proyecto civilizador, queriendo ignorar este pasado. Los errores de hombres, preocupados tan sólo por ocupar el vacío de poder dejado por la Colonia, como el de los hombres empeñados en crear otras formas de poder y dominación”, anota LZ.
¡Señoras, señores, al salón! El banquete está servido…

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