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Alarmante crecimiento de la desigualdad

Por Salvador Treber. Exclusivo para Comercio y Justicia
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M ediante un Informe Especial, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) ha revelado que en la actualidad se ha llegado a los índices más elevados de desigualdad en el mundo.

En forma paralela, ha descendido el porcentaje de quienes gozan de un trabajo permanente, lo que da lugar a que suba la proporción que corresponde al trabajo de plazo temporal o tiempo parcial. Se enfatiza que nunca como ahora, el 1% colocado en al tope de la pirámide registra un ingreso equivalente al de los 3.500 millones que permanecen en la base de ella.

Es oportuno recordar que dicha entidad está constituía por 34 países que incluyen a casi todos los que el Anuario del Banco Mundial distingue como de “altos ingresos”. Entre ellos surge por su gravitación internacional Estados Unidos que, pese a ello, es señalado como el cuarto entre los de más desigual distribución. Además lo acompaña Japón, que se distingue por lo contrario; Reino Unido, Francia, Italia, Corea del Sur, México, Turquía y Chile.

La mayor o menor equidad se suele medir mediante el denominado Coeficiente de Gini, que evalúa en un espacio de va de cero (distribución igualitaria perfecta) hasta uno (situación exactamente inversa). Resulta bastante sugestivo que se haya retrasado la publicación de su cálculo en una cantidad importante de países, que prefieren no admitir explícitamente el nivel de inequidad que rige en su ámbito interno.

Esa emergencia se ha convertido en un claro testimonio de que, en general, la actitud reticente que se advierte no es casual sino que procura ocultar o, por lo menos, retrasar la disposición de una prueba palmaria sobre el efecto regresivo y de mayor concentración que viene caracterizando la última década. Esa circunstancia abarca países de todo tipo y dimensión o poderío; por lo que cada vez se ponen más reacios a hacer conocer los respectivos Coeficiente de Gini, que atesoran cual un secreto de Estado.

Las revelaciones estadísticas
El Anuario del Banco Mundial publica los más recientes disponibles de sus países asociados, figurando entre los más actualizados el de Argentina, que para 2013 fue de 0,394, luego de haber crecido hasta un bastante preocupante 0,488 en 2006. Brasil en 2007 exhibía un 0,55, que siete años después se convirtió en 0.514, y Chile, para el mismo año aparece con 0.52.

Las marcas más satisfactorias son las de de Dinamarca (0.247); Japón (0.249); Suecia (0.25) y Noruega (0.258). En cambio, las mayores potencias sorprenden con indicadores relativamente elevados. Estados Unidos con 0.408 y China, en que se consigna un muy contradictorio 0.415.

Por tal causa sorprenden las revelaciones que aportan los autores del precitado trabajo de investigación y ello se hace más significativo aún porque comienzan por ratificar en tono crítico que en el área de la OCDE en el 10% que está en la referida cima se concentran ingresos 9,6 veces mayores que los logran los que moran en el 10% ubicado en la base; o sea, los más pobres. La reciente agudización de esa situación diferencial también se puede apreciar si se tiene en cuenta que tal relación era de siete veces en la década de los años 80 y nueve en la primera década de este siglo.

Esta información surge con meridiana claridad y es avalada de diversa forma, con el objeto de que sea admitida como fidedigna y totalmente confiable para evidenciar una realidad que está generando consecuencias dramáticas al crear una limitada “sociedad mundial del privilegio” frente a otra masiva caracterizada por la vigencia irrestricta de la injusticia social.

La reciente actualización de la problemática
Dado que no todos elaboran estadísticas compatibles al realizar el trabajo, con gran celo técnico, se ha circunscripto la generación a los datos que surgen de 18 de los miembros más relevantes que sí lo permiten. Mediante ellos se detecta, para el año 2012, que 40% de titulares con ingresos de menor cuantía recibieron apenas 3% del total general, al propio tiempo que el antes mencionado 10% superior logró apropiarse del equivalente a la mitad y, de éstos, que el 1% cimero (el más rico) ha sido receptor de 18%.

Pese a comprender a las economías más consolidadas, los titulares incluidos en todos los integrantes de la OCDE marcan profundas diferencias entre ellos: el 10% superior es propietario de 50% del sumatorio de riqueza existente; en la franja media, en la cual están incluida la mitad de ellos, se muestra una proporción bastante semejante (47%), mientras que al 40% de titulares le llega apenas 3%. Es obvio que los sucesos acaecidos desde 2008 repercutieron negativamente, pero hay tiempos y factores que los exceden pues plasman la prevalencia rotunda y que la minoría antes señalada, lejos de resentirse, ha acentuado en forma muy considerable su alto grado de concentración.

Al comparar esa evolución según lo ocurrido en el 10% de la base respecto de igual proporción de la cúspide, se debe tener presente que al comienzo de 2015 éstos percibían 19 veces más; la relación más elevada de que se tenga noticia desde que existen datos sobre el tema. La tendencia de la curva respectiva queda patentizada pues en la década de los 80 ascendía a 11 veces por encima del sumatorio correspondiente al 20% más pobre; relación que a mediados de la década siguiente se ubicó en 12,5 veces para, en los comienzos de este siglo, “trepar” velozmente a las 19 veces ya referidas.

Lo realmente curioso es que esto suceda en medio de una caída recesiva que desde 2008 a la fecha no se ha logrado revertir totalmente. Si se opta por cotejar la riqueza acumulada en vez del ingreso anual y en la potencia que considera más rica, las conclusiones no difieren.

En Estados Unidos, la economía más poderosa del planeta, el 10% más encumbrado controla nada menos que 76% del stock total de riqueza, al par que el 60% más pobre sólo hace lo propio en un misérrimo 2,5%

Los diversos indicadores verifican que la “gran potencia” del Norte no es ningún paraíso para la inmensa mayoría; desdiciendo así la falsa versión de éxito y bienestar generalizado que sus autoridades acostumbran a difundir con sospechosa insistencia. Tales condiciones vienen adquiriendo ribetes dramáticos pues, entre 2007 y 2013, la riqueza global disminuyó a una tasa media de 2,3%, pero en la franja que integra el 20% inferior de la pirámide el deterioro llegó a 26%.

El Informe contiene algunas “perlas” novedosas o información no difundida que se ocultaba intencionalmente. Una de ellas es la revelación de que comparando los ingresos del 10% de los grupos familiares más bajos, los niveles de ingresos familiares vigentes en Estados Unidos son “42% más bajos que los de Canadá y alrededor de 50% más bajos que los Francia y Alemania”. Tal situación parece que no ha sido causada íntegramente por la más reciente recesión todavía en curso, que acumula una serie de factores preexistentes.

La tendencia de largo plazo
Según lo subrayan reiteradamente en el Informe, durante el transcurso de las últimas tres décadas “los hogares con bajos ingresos no se han beneficiado en absoluto del crecimiento de los ingresos”. Esta constatación echa por tierra la muy promocionada teoría del “derrame”, que otorga prioridad temporal a la generación sin reparar en que haya desde el origen una asignación razonablemente equitativa.

En España, Italia y Grecia el impacto depresivo fue mayor aún y ello se extiende a todas las economías cercanas que tienen costas sobre el mar Mediterráneo. En la década que va desde el año 2000 al 2009, los ingresos en los integrantes del decil ubicado en la base cayó a un promedio anual casi catastrófico de 13%. Una exteriorización adicional que ratifica los muy difíciles tiempos que se están viviendo coincide con el impetuoso la avance que se verifica en materia de trabajo transitorio o regido por contratos ajustados a tiempo limitado, que se han multiplicado por cuatro sólo durante el período 1995-2013. Al respecto, el Informe consigna que “entre 1995 y 2013, más de 50% de todos los puestos de trabajo que se crearon en los países de la OCDE estuvieron encuadrados dentro de esas dos categorías”, que antes tenía una relevancia mucho menor.

Sobre el particular, se advierte una característica que acentúa los efectos negativos: la franja de asalariados más jóvenes son los más afectados. De los que tienen edades de entre 18 y 34 años, 40% no logra acceder a un trabajo de tiempo completo y que no sea de carácter transitorio. Se estima con sólido fundamento que estas condiciones engendran temores al futuro y gravitan negativamente sobre la constitución de grupos familiares estables.

El trabajo de la OCDE culmina solicitando que se implementen medidas adecuadas adicionales para mejorar los índices de desigualdad distributiva existentes, dado que “En los últimos tiempos la efectividad de los mecanismos redistributivos se ha visto debilitada en muchos países”; y procura advertir de que “Si no abordan la desigualdad, los gobiernos están socavando el tejido social de sus países y dañando su crecimiento económico de largo plazo».

Extraña gratamente por el duro reconocimiento que supone y especialmente al informar “urbi et orbi” que la descripta inequidad social obedece a la aplicación consciente y premeditada de “políticas públicas que coadyuvan a consolidar un mayor enriquecimiento de la oligarquía financiera a expensas de los asalariados”. Esta crítica implica arremeter contra las bases mismas del sistema capitalista para promover en forma indisimulada una acentuada y creciente concentración de la riqueza en la menor cantidad de manos posible.

Adviértase, además del contenido de las revelaciones estadísticas sobre aspectos muy sensibles que se venían retaceando, el tono acusatorio y el calibre de las expresiones utilizadas, que hasta la fecha nunca se habían esgrimido en el ámbito de la OCDE. ¿Será posible que la prolongación temporal de la crisis iniciada en 2008 haya conmovido en tal medida sectores conductivos que tradicionalmente lucraron con esa circunstancia?

La respuesta y su confiabilidad dependerán de lo que suceda en los próximos cinco años.

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