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Por  Elba Fernández Grillo  (*)

Lo único que Miriam quería era que la “divorciáramos” de su esposo. Demoramos un rato en explicarle que su deseo no era posible en un procedimiento de mediación y le preguntamos  dónde había averiguado que nosotros, mediadores, podíamos producir un acto jurídico como el divorcio.
Le informamos qué significaba estar casada y cómo se tramitaba un divorcio. Así nos enteramos de que había contraído nupcias en Bolivia- de donde eran oriundos- con Manuel, que hacía más de 20 años estaban radicados en la Argentina y que él era un excelente ebanista. Que tenían tres hijos varones ya mayores y que sólo el menor -de 30 años- todavía vivía en la casa.
En este primer encuentro estaba sola y a medida que le fuimos inspirando confianza nos contó que su esposo le manifestó que no asistiría a ninguna audiencia y que la mayoría de sus problemas estaban relacionados con el vínculo conflictivo entre el padre y el hijo, y que ella optaba por ponerse siempre del lado del joven.
Como con frecuencia hacemos los mediadores, mientras uno va conversando con una parte, el otro intenta comunicarse por teléfono con la otra, a fin de informarle de las características del procedimiento y que con nosotros hay una persona que necesita encontrar una solución a su problema. Así, mi compañera charló largo rato con Manuel, quien le prometió asistir a la próxima reunión.
En la segunda oportunidad dejamos que él comentara cómo vivía sus desencuentros con ella. No mencionó la palabra divorcio; sí que Miriam defendía incondicionalmente a Martín (el hijo menor) y que tal situación provocaba todos sus entredichos. Nos enteramos de que este hijo era profesor de artes marciales y que sus clases en un club constituían su único ingreso. Que también tenía conocimientos de carpintería y que aún vivía con ellos porque con sus ingresos no podía mudarse.

Si bien los mediadores estamos formados en herramientas relacionadas con la psicología, la comunicación y el derecho, no hacemos terapia; pero esta mediación -llevada a cabo en un centro comunitario- decidimos continuarla siguiendo los aspectos teóricos de la escuela transformativa, que busca que, con algunas intervenciones, las personas se encuentren en una situación mejor que la que tenían al llegar. Indagamos por qué siempre Miriam apoyaba al hijo, por qué siempre Manuel se oponía a ellos y por qué el hijo no podía buscar otras alternativas para ya dejar la casa familiar. Preguntamos mucho, ellos se escucharon, pues a una reunión también asistió el joven, y fuimos construyendo algunos acuerdos parciales.
Si bien, como dice Lederach, “el conflicto es normal en las relaciones humanas y es un motor para el cambio”, transitarlo causa dolor, desazón, angustia. Poder salir de esta situación y lograr que ellos trabajen colaborativamente para encontrar opciones era nuestro desafío. Miriam comprendía que desautorizaba a su marido frente a los hijos y, entonces, se hizo necesario que Manuel compartiera con ella previamente cómo y de qué manera se iban a imponer estos límites.
Otro de los acuerdos fue que el padre le permitiera al hijo trabajar dos días a la semana en su taller de carpintería. A Martín esos ingresos extras le permitirían independizarse.
A su vez, él se comprometió a dejar todas las herramientas usadas en perfecto estado y a limpiar el lugar de trabajo. Manuel entendió que antes de emitir una orden debía consensuarla con Miriam, debatirla si era necesario y obtener un criterio común. Entendió que ya no eran los tiempos de sus padres en su Bolivia natal sino que hoy su esposa exigía una participación activa en todas las decisiones, que era su par.
Estos pequeños acuerdos verbales tuvieron gran importancia para ellos y pudieron correrse del culpar al otro de todos sus pesares, a visualizar el problema proactivamente, esforzándose por producir un cambio constructivo. Martín entendió que era hora de buscar su propio lugar, hacer un esfuerzo para lograr ingresos extras y así sentirse fortalecido. Miriam comprendió que oponerse a todo lo que su marido decía no subsanaba otras cuestiones pendientes con él, que debían formar un frente común y que abandonar el rol de madre-protectora podía permitirle desarrollar actividades postergadas.
En este caso, los mediadores buscamos transformar tres dimensiones: la personal del conflicto, buscando minimizar sus efectos destructivos; la relacional, mejorando la pobre comunicación de los involucrados, y la cultural, identificando los patrones que contribuyen a aumentar las expresiones violentas.
Cuando los padres y el hijo se retiraron de nuestra sala de mediación, Miriam nos miró con los ojos llenos de lágrimas y nos dijo “gracias, me han abierto unas ventanitas”.

(*) Mediadora. Licenciada en Comunicación Social

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