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A cien años de una visita trascendente (III)

Por Gustavo Orgaz (*) - Exclusivo para Comercio y Justicia
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Por Gustavo Orgaz (*)

Martínez Paz percibía en Ortega y Gasset “un admirable don de expresión”, que además “lleva paso a paso la intimidad de su propio pensamiento” expuesto con una “retórica simple” y con “una belleza sin ampulosidades”. Más adelante, el profesor cordobés se detuvo en el clima espiritual que Ortega y Gasset logró generar en aquella conferencia de 1916 y en el contexto del siempre solemne Salón de Grados de nuestra Universidad Nacional de Córdoba: “En presencia de Ortega se siente algo así como un vaho de intimidad y un espíritu que viene suavemente hacia el nuestro”. Es en este punto donde las palabras del maestro cordobés nos trasladan imaginariamente al magno escenario y nos permiten recrear aquel instante de sensibilidad colectiva que debió embargar a los asistentes reunidos en el evento. Martínez Paz, luego de escuchar a Ortega, llegó a la conclusión de que el pensador español constituye “la capacidad más fuerte y original que en filosofía ha tenido su país”. Lo comparó con Simmel y Eucken en Alemania, con Boutrox y Bergsson en Francia y con Benedetto Crocce en Italia. Por otra parte, Martínez Paz logró sintetizar no sólo el carácter y la expresión de Ortega sino también los principales rasgos de aquella conferencia.

Por un lado percibió en Ortega “una vuelta a Kant”, aunque sin adhesión dogmática, sólo tomado como punto de partida para ir “más allá” de Kant. Advertía Martínez Paz de que según el notable pensador español, la filosofía debía ser concebida “como un movimiento y en ningún caso puede ser entendida como un sistema exclusivo y absoluto”. En tercer lugar anotó que en Ortega había una total ausencia de prejuicios. Expresó el conferencista que deben “recorrerse todos los senderos filosóficos y dudarse de todas las verdades”. Por ello resulta claro, en la interpretación de Martínez Paz, que Ortega no pretendía crear un esquema filosófico acabado y definitivo sino más bien un modo de pensar y actuar frente a la vida y la sociedad. Por último, observó el articulista que Ortega expuso una “profunda preocupación patriótica”. “Es preciso incorporar España a Europa pero cuidando de no anular los rasgos de su personalidad”. “Trabajar con el pensamiento en Europa y el corazón en España. He allí la consigna”. Esto es lo que Martínez Paz escribió, no como citas de las palabras de Ortega sino por el mensaje que transmitió esta verba magistral (1).

Creemos nosotros, reconociendo nuestra carencia de formación filosófica, que en esta invocación a España aflora visiblemente “el hombre y sus circunstancias”, aunque hay que decir enseguida -para no incurrir en un lugar común y en una mutilación del pensamiento de Ortega- que “la circunstancia” no es en sí misma ni una fatalidad ni una explicación, ni una justificación de nuestras vidas. La circunstancia es un elemento de la realidad que trae sin duda cargas materiales, psicológicas y afectivas, pero es antes que nada un desafío para aprovecharla en cuanto tiene de favorable y para transformarla en cuanto fuere necesario, desde la energía individual y colectiva. Uno de los seguidores calificados que ha tenido Ortega ha dicho que “la voz ‘circunstancia’ resume su sentido original y designa, en consecuencia, todo lo que circunda al hombre: su cuerpo, su alma, su lugar geográfico, ‘la altura de los tiempos’, las instituciones, las costumbres, la tradición cultural, etc.” Con estos elementos el hombre debe realizar su vocación vital “presionando su circunstancia”.

Porque, al decir del mismo Ortega, “el destino concreto del hombre es la reabsorción de su circunstancia” (2). Con estas reflexiones dejamos ya atrás los aspectos específicamente filosóficos del pensamiento de Ortega y dejamos descansar también al Dr. Martínez Paz, a quien debemos el gran rescate del ambiente y las ideas que rodearon la conferencia del español. Vayamos ahora al encuentro de Ortega con Deodoro Roca. Horacio Sanguinetti, autor de una interesante y sentida biografía de Deodoro, ha dicho que el gran reformista cordobés era un caminante “sobre todo nocturno, por las calles ciudadanas, en compañía de amigos, oidores y contertulios, que eran en muchos casos altos espíritus y que esas caminatas “se hicieron proverbiales”. “Así acompañaba a Ortega y Gasset hasta su hotel y luego el español retornaba hacia el estudio de Deodoro, que devolvía la escolta nuevamente hasta el hotel y así era de nunca acabar” (3). Creemos, al menos hasta ahora, que el episodio así narrado debió ocurrir en alguna de las dos noches que Ortega pasó en Córdoba en aquella visita de 1916. Hemos revisado los diarios locales en sus ediciones que van de agosto de 1928 hasta mediados de enero de 1929, período que corresponde a la segunda visita de Ortega a la Argentina, pero esta vez el filósofo español no tuvo actividad académica en Córdoba sino en Buenos Aires y luego en Santiago de Chile y parece difícil que haya habido una visita privada a nuestra ciudad y que además haya permanecido ignorada por el periodismo local.

La última y prolongada permanencia de Ortega en la Argentina ocurrió entre mediados de 1939 y febrero de 1942, pero en esos años los caminos de estos dos amigos de algún modo se habían bifurcado. Ortega era por entonces un exiliado, pero también un desencantado con la experiencia de la República, mientras que Deodoro se mantenía solidario con todas las organizaciones que desde distintos puntos del país reivindicaban la República Española y levantaban sus voces contra el régimen de Franco. De todas maneras, la relación que tuvieron estos dos hombres notables es digna de ser ahondada por investigaciones futuras. Lo cierto es que Roca y Ortega estuvieron juntos en 1916 y han debido hablar cuestiones fundamentales para ellos. De filosofía, desde luego, ya que Deodoro era un estudioso de la materia y la enseñó en la Facultad de Derecho entre 1919 y mediados de 1921 (4).

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