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Nunca será como antes

Por Marta Belucci* -Exclusivo para Comercio y Justicia
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A veces el dinero termina con vínculos afectivos mantenidos desde años, ocasionando profundas heridas. Antonio y Ernesto fueron amigos por más de veinte años, no obstante que Ernesto era empleado de Antonio. La amistad nació de esta relación laboral y aunque permitía flexibilidad y concesiones, cada uno sabía el lugar que ocupaba en la empresa. Éste fue el relato inicial en la mediación.

La causa llegó derivada de un juzgado Civil y Comercial; Antonio reclamaba a Ernesto una suma de dinero, daños y perjuicios, daño moral -entre otros rubros- y le embargó un auto que Ernesto había comprado para destinarlo a remís; el juicio llevaba casi tres años de gestión. Antonio fue a la mediación acompañado de su hijo, quien lo patrocinaba en el juicio, y Ernesto lo hizo con un abogado que hacía poco tiempo había tomado el caso. Al ingresar a la sala, las partes casi ni se miraron y se notaba incomodidad.

El hijo de Antonio, de pie junto a su padre, expresó que no querían mediar, que su papá no estaba en condiciones de participar y que no había posibilidades de solucionar este juicio que llevaba años de trámite. El abogado de Ernesto manifestó el deseo de su cliente de arreglar la situación y que tenía confianza en la mediación, en la cual quizás pudieran encontrar la solución que no hallaron en el ámbito privado y quién sabe en el ámbito judicial. Con esta puerta abierta, rápidamente las mediadoras le pedimos al abogado de Antonio nos permitiera trabajar un ratito, para intentar mirar las cosas de otro modo, aprovechando que estaban todos. Aceptó y así comenzó la mediación.

Hicimos reuniones privadas y en ambas el relato inicial fue aquel ya consignado. Antonio empezó a hablar enfatizando con angustia “la traición de su amigo”, “quien abusó de la amistad para hacer lo que hizo”. Su hijo explicó que se embargó el único bien que tenía Ernesto, el auto 0 kilómetro que había comprado para destinarlo a remís, y que los gastos de depósito del vehículo estaban corriendo por cuenta de su padre, lo que resultaba muy costoso. Le preguntamos a Antonio si él querría terminar con este juicio, si le resultaría beneficioso finalizarlo, y respondió “Sí, pero que me pague todo, porque él se aprovechó de mi confianza, yo creí en él. Quisiera terminar porque estoy cansado y quiero estar tranquilo”.

Ernesto se sentó con las manos sobre la mesa y la cabeza baja. Le preguntamos qué le gustaría obtener como resultado de esta mediación, qué necesitaría, y nos dijo: “Estoy grande y con problemas de salud, quisiera que encontremos una solución para que esto termine, sé que me porté mal con quien fue mi amigo y lo perdí, las deudas me asfixiaron y me equivoqué. Cuando se descubrió todo intenté acercarme, pero Antonio no quiso hablar más conmigo. Quiero que esto termine, nos haría bien a nosotros y a nuestras familias.

Necesito estar tranquilo”. Era evidente que en la realidad de ambas partes tenía un papel primordial la amistad y todo lo que ella significaba; el dinero era algo secundario.
En reunión conjunta empezamos a analizar las diferentes posibilidades de terminar con el juicio. Antonio reclamaba una suma de dinero comprensiva de todo: capital, intereses, gastos de juicio, de depósito, entre otros rubros, y lo quería de contado en un solo pago. Era difícil moverlo de allí. Ernesto, por su parte, ofreció una cantidad que no llegaba al reclamo aquel, pero insistía en la conveniencia de arreglar. En este momento las mediadoras recordamos a las partes que estábamos en mediación y que trabajar para lograr el interés de ambos -que era finalizar el juicio-, significaba ceder en ciertas cuestiones para conseguir un beneficio común, más allá de que las relaciones personales estuvieran afectadas. Desde ese lugar y en mediación debíamos pensar en soluciones. Se fijó una segunda audiencia para que cada parte revisara su posición y trajera propuestas.

En el segundo encuentro el clima fue menos tenso, aunque persistía una sensación de reclamo afectivo mutuo entre ambas partes. Antonio redujo su pretensión económica; además decidió no cobrar los gastos de depósito del vehículo y tomar a su cuenta y cargo el levantamiento del embargo de éste una vez pagada la deuda, para que Ernesto dispusiera del auto. Quería un solo pago, en efectivo, lo cual fue aceptado por Ernesto, quien solicitó un plazo de treinta días luego de firmado el convenio para efectuarlo. Antonio accedió. En estas condiciones suscribimos el acuerdo, cerrando la mediación.

El espacio de mediación permitió a Antonio y Ernesto poder expresarse, escucharse a sí mismos y ser escuchados por nosotras, terceros extraños, quienes a su vez les preguntamos si les interesaba terminar el juicio. Les habilitó el camino para querer finalizar este asunto por ellos mismos y flexibilizar sus posiciones iniciales. Antes de retirarse nos dieron la mano, nos agradecieron y uno de ellos dijo: “Gracias, pero nunca será como antes”.

* Abogada, mediadora

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